Como muchos y muchas en el mundo, he observado con preocupación lo que ha pasado con la invasión rusa de Ucrania. Además de la enorme devastación y crueldad que ha supuesto este conflicto, mi mirada ha estado puesta en las negociaciones entre los líderes de ambos países.
Se trata de doce hombres, sentados a lo largo de una mesa, con traje y corbata -los rusos-, y con poleras negras -los ucranianos-. ¿Estarán uniformados o simplemente se visten todos iguales? Nadie sonríe. Todos están erguidos, con la cara seria, los brazos apoyados en la mesa y las manos entrelazadas. Pareciera que se esquivan las miradas. Al ver esta imagen, se puede adelantar el resultado de la reunión. “La mesa de negociación entre Rusia y Ucrania termina sin acuerdo”, se lee en los titulares del día 28 de febrero.
Se me viene a la mente una imagen del parlamento europeo. Están discutiendo la estrategia de reactivación post-pandemia y la sesión es liderada por tres mujeres: Ángela Merkel, Christine Lagarde y Ursula Von der Leyen. Se encuentran de pie, en círculo y sonríen. Gesticulan con sus manos, se miran a los ojos, incluso se tocan. Es julio de 2020 y logran lo imposible: aprobar los fondos para la Solidaridad Estratégica, un plan por 750.000 millones de euros que tenía como objetivo reactivar la economía de la Unión Europea post-pandemia.
Desde el inicio de esa reunión, sus disposiciones corporales permitían adelantar el éxito de la negociación, pues se percibía confianza, disposición al diálogo y capacidad de generar acuerdos. ¿Qué es lo que estamos analizando en esas imágenes? Estamos leyendo emociones, es decir, posibilidades de acción y dinámicas relacionales. Cuando hablamos de estrategia de negociación, solemos pensar en la dimensión cognitiva, pero olvidamos que esos procesos tienen un sustento corporal y emocional. Porque el cuerpo puede utilizarse como herramienta de gestión de cambio, a partir de su disposición o resistencia física.
Las corporalidades de los líderes de Ucrania y Rusia nos permiten leer desconfianza. Hay control y rigidez, lo que se traduce como miedo. ¿Qué podría suceder si lográramos cambiar las disposiciones corporales de los negociadores para la paz? Si relajaran sus hombros, soltaran sus manos, dejaran de tener el ceño fruncido, ¿qué podría suceder? Ocurriría que habría coherencia entre propósito, cuerpo y emoción.
Cuando observamos las emociones desde la biología, las reconocemos como disposiciones corporales a la acción, que pueden tener -o no- coherencia con los hechos que están ocurriendo. Si el objetivo es lograr acuerdos, necesitamos generar confianza y la emoción base para poder encontrarme con los demás es la alegría. Pero si nuestra disposición física es de control, los otros perciben que no hay coherencia entre el discurso y la emoción. Y se produce confusión.
Generar coherencia entre nuestras palabras y la corporalidad trae claridad para nosotros mismos y para los demás, además de buenos resultados. El líder de un equipo cuya disposición corporal es de control, estará operando desde el miedo y la desconfianza. La información que tiene nunca será suficiente para entrar en la acción, entonces siempre pedirá más datos, más informes y más evaluaciones. Tendrá dificultades para delegar y, por consiguiente, para cumplir oportunamente sus compromisos o metas. Esa persona buscará cursos y herramientas de gestión que, sin duda, pueden ser muy valiosas, pero lo que necesita cambiar es su emoción y su disposición corporal a la acción. Y la mejor manera de hacerlo es desde el cuerpo: soltar los brazos, los hombros y las manos. Relajar la mandíbula y el entrecejo. Probablemente, contar chistes o bailar salsa antes de iniciar alguna reunión.
En cada uno de estos casos, no se trata solamente del mensaje corporal que estamos transmitiendo a otros con nuestra postura física, sino de ser conscientes de nuestras sensaciones y emociones para generar coherencia entre lo que decimos, lo que sentimos y lo que hacemos. Porque, finalmente, eso es lo que nos permite comunicarnos mejor