Prohibido engordar

12.07.2022
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Prohibido engordar.
Prohibido tener celulitis.
Prohibido tener estrías.
Prohibido salirse de la dieta.
Prohibido “no cuidarte”.
¡Y mega prohibido que disfrutes de la comida!

Ninguna de estas restricciones está escrita en piedra. No están en la propuesta de la Nueva Constitución, ni tampoco en tratados internacionales, pero sí se encuentran marcados a fuego en el género femenino. O al menos eso nos han hecho creer. Lo he visto en pacientes, amigas, familiares, incluso en espacios casuales. Se me hace patente el recuerdo de los veranos preadolescentes, donde a pesar de las temperaturas imperantes y el deseo de pegarse un chapuzón en la piscina, una de mis amigas -apegada a un pareo que no se sacaba ni a tirones- no se metía al agua, porque ‘no tenía calor’. Con el tiempo entendí que no era falta de calor, sino que un exceso de pudor.

La prohibición, la negación o el salirte de los límites establecidos es prácticamente un pecado mortal. En 2018, Virgie Tovar, activista del body positive, escribió un libro titulado “You Have the Right to Remain Fat”. Cuando leí el título, sentí una tremenda transgresión. ¿Cómo se le ocurría escribir un libro sobre estar gorda? Además, con esas letras G O R D A. No rellenita, no con sobrepeso, no maciza. Sin eufemismos, gorda. Me sentí violentada con su propuesta, porque pensé que ella tampoco tenía derecho a escribir sobre LAS gordas. “Habla por ti”, pensé. Hasta entonces creía que el sobrepeso era un tema del mundo de lo privado, del que nadie podía hablar. Seguí investigando y me zambullí en la lectura, encontrándome con un artículo publicado por la revista Vogue, en 1968, titulado: “Celulitis: la Grasa que no se Podía Perder Antes”. De esta forma, la revista más famosa de occidente nos daba a conocer el término «celulitis» (muy distinto al médico, que es una infección de la piel) y las mujeres súbitamente tuvimos un nuevo motivo para sentirnos feas con algo inventado y además difícil de tratar, que nos hizo odiar un poco más nuestros cuerpos. 

La cultura nos ha ido categorizando, encerrando, prohibiendo ser nosotras mismas.

Nos ha hecho entender que mientras más delgadas, menos nos vemos y por tanto, menos molestamos. Un cuerpo grande -por el contrario- transgrede, se ve, ocupa un sitio. Desde ahí la importancia del activismo, de la lucha contra la gordofobia y del largo camino para desaprender lo internalizado respecto de nuestros propios cuerpos. Quizás, ahí se recupera el valor de poner esto en lo público -y de hablar o escribir de ello-.

Y es que, casi desde que nacemos, estamos constantemente siendo juzgadas por nuestra apariencia. Es lo primero que nos dicen cuando somos niñas: “Es linda” “Es flaquita” “Es blanquita”. Si googleamos apariencia, aparece que esta palabra es un nombre femenino y que alude al “conjunto de características o circunstancias con que una persona o una cosa se aparece o se presenta a la vista o al entendimiento”. Es decir, tiene que ver con ser visto por un otro, con la esperanza que esa persona apruebe lo que ve. Una validación que no es pura, sino que está supeditada a imágenes sociales que se han instaurado por décadas y que muestran a mujeres hegemónicas: con una determinada altura, peso o color de piel.

En una cultura en que la apariencia no es trivial ni una frivolidad, cumplir con esos cánones se convierte en un mandato, en una moneda de cambio. Te abre o cierra puertas, incluso laborales. Si no lo cumples, te conviertes en una insumisa.

La buena noticia es que cada día van apareciendo más personas que se rebelan frente a estas exigencias, co-creando un mundo dónde todos y todas tenemos espacio. ¿Un ejemplo? El proyecto de Ley de Tallas -ingresado en el Congreso en enero de 2022- que intenta unificar las tallas de las personas y que partirá haciendo un estudio antropométrico de los cuerpos de los chilenos y chilenas. O sea, se nos verá como somos realmente y no desde una óptica idealista, que espera ciertos estándares respecto a nuestra apariencia ¿El desafío? Parafraseando a Humberto Maturana: aceptar al otro como legítimo otro en la convivencia.

¡Manos a la obra!

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