Tras doce días de haberse confirmado el primer caso de COVID-19 en Chile, el 15 de marzo de 2020 el Gobierno decidió suspender las clases en jardínes infantiles y colegios.
En un comienzo sería por dos semanas, y así lo pensamos todos. Pero, las cuarentenas y medidas de confinamiento obligatorio no tardaron en llegar, extendiéndose hasta mediados de 2021 y transformando gran parte de los formatos educativos que se conocían hasta el momento.
En las universidades, los alumnos se llevaron las tareas para la casa y, desde los lugares más remotos, respondían pruebas con computador en mano. Algunos hacían simulaciones de trabajos prácticos, mientras otros trataban de socializar mediante aplicaciones como Zoom o Meet, para así no perder esos años rebosantes de juventud y entretención, entre tanta noticia desoladora. Sin embargo, es innegable que la pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto severo en la salud mental y el bienestar de las personas. Y es que la crisis fue un período difícil, que -en un sinfín de aspectos- nos despertó, movilizó y removió.
De hecho, la prevalencia de síntomas depresivos es mayor en estudiantes universitarios(as) que en la población general, e incluso que en personas que no asisten a la educación superior. Entonces, después de casi dos años de educación online, ¿con qué nos hemos encontrado en el retorno a las aulas?
En general, se ha visto un aumento significativo del miedo y la dificultad de adaptarse al cambio, así como la sensación de incertidumbre sobre el futuro. En el estudio Efectos del confinamiento por COVID-19 en la salud mental de estudiantes de educación superior en Chile, publicado en 2021 y realizado por Carvacho et al. se señala que es posible hipotetizar que el aumento de sintomatología depresiva en este grupo podría estar asociado a emociones de desesperanza, debido a la interrupción de estudios, aislamiento social y los pronósticos de recesión económica. Estos elementos podrían ser interpretados como un quiebre de proyecto vital para estos estudiantes universitarios, quienes se preparan para un futuro mercado laboral que se pronostica como difícil.
Otra explicación posible, indican los/as autores/as de la investigación es el efecto acumulativo de las manifestaciones sociales sobre la salud mental de los estudiantes, quienes han enfrentado experiencias complejas desde octubre de 2019. Entre ellas, la interrupción del año académico, violencia al interior y fuera de establecimientos educacionales, y vulneración de los Derechos Humanos.
Según el estudio Impacto de la pandemia por COVID-19 en la salud mental de estudiantes universitarios en Chile de Mac-Ginty, Jiménez–Molina y Martínez, las estudiantes mujeres -durante la pandemia- presentaron mayores niveles de sintomatología depresiva y ansiosa, además reportaron una mayor percepción de empeoramiento del estado de ánimo. Si bien en contexto pre-pandemia este grupo ya presentaba mayores niveles de sintomatología depresiva, estos resultados podrían tener relación con la carga adicional de trabajo en el hogar y la sobrecarga en los cuidados que supuso la crisis sanitaria.
Retomar la presencialidad como si nada hubiera pasado y desconocer los efectos psicológicos que ha ocasionado el confinamiento puede traer consecuencias mayores y en el largo plazo. La evidencia recomienda a Universidades desarrollar intervenciones integrales que aborden el ambiente, currículum y directamente la salud mental de sus estudiantes, priorizando la prevención a través de medidas tempranas. Tal como lo han mostrado las investigaciones, estas acciones requieren, además, de una adecuada perspectiva de género, ya que los estudios reafirman la importancia de intervenir oportunamente en la población femenina al ser un grupo que se encuentra especialmente en riesgo por los motivos anteriormente mencionados.