Recientemente leí la carta El Poder del Capitalismo, redactada por Larry Fink, presidente y CEO de Black Rock, una de las mayores gestoras de fondos internacionales, que cuenta con una inversión en Latinoamérica por más de cien mil millones de dólares. Y es que por más de una década este empresario e inversionista estadounidense le ha escrito a los CEO’s del mundo. Sus palabras son esperadas con ansias por inversores, competidores y críticos; perlas de sentido para los tomadores de decisión.
En sus ediciones anteriores, Fink previno que el cambio climático era un riesgo directo de inversión, un factor ineludible para la generación de valor a largo plazo. Y que desconocerlo o minimizarlo se trataba de una suerte de analfabetismo. Esta vez, su análisis hace referencia a las consecuencias de la crisis global a propósito del Coronavirus y del inminente desastre medioambiental, que se ha definido como la era geológica post Holoceno, llamada Antropoceno. El Antropoceno es la irreversible alteración de condiciones biofísicas y geológicas a escala planetaria, consecuencia de la actividad humana y que anticipa -nada menos- la posible extinción de las condiciones para la vida sobre la Tierra. No quisiera aguar la fiesta, pero Don’t look up.
En eso, el capitalismo -en variante extractivista- ha sido el gran culpable. No solo por el lucro desmedido a costas de la supervivencia humana, sino por la baja capacidad de reacción frente a los nuevos desafíos en materia de sostenibilidad. ¿Es posible alinear las expectativas de sistemas altamente complejizados, como la economía globalizada, y alcanzar resultados beneficiosos para el medio ambiente? ¿Es contradictoria la obtención de beneficios en la gestión de activos privados y el llamado a la acción directa por el clima?
Al parecer, no. No son contradictorias. Larry Fink llama a esto el capitalismo de stakeholders. “No es una cuestión de política. No es una agenda social o ideológica. No es un “despertar”. Es capitalismo, impulsado por relaciones mutuamente beneficiosas entre usted y los empleados, clientes, proveedores y comunidades de las que su compañía depende para prosperar. Este es el poder del capitalismo”, asegura.
En su carta, además, da cuenta de dos profundas evoluciones del entorno productivo en las empresas que fueron aceleradas por la pandemia. La primera, es el cambio radical en la relación entre empleadores y trabajadores de acuerdo a aspectos en disputa como la flexibilidad laboral, la salud mental, la significación del trabajo, la alta rotación, la diversidad e inclusión y el aumento salarial de los trabajadores menos cualificados de cada compañía.
La segunda es lo que promete ser una revolución para diversos sectores de la economía: la transición energética justa, producto de la descarbonización, al desarrollo y crecimiento de las energías renovables convocadas al cero emisiones netas o Net Zero. “Los próximos 1.000 unicornios no serán buscadores ni compañías de redes sociales, serán innovadores sostenibles y escalables, startups que ayuden a descarbonizar el mundo y hagan que la transición energética sea asequible para todos los consumidores”, asegura Fink.
La definición de Stakeholder o grupo de interés siempre ha sido algo ambigua o por lo menos ha expandido su objeto con el paso de los años. Si bien tiene un esquema general, depende de cada empresa. Son las compañías las que definen sus grupos de interés de acuerdo a su particular afectación, pese a los esfuerzos de coordinación y al exuberante abanico de estándares de reportabilidad mundial como el ESG, GRI standard, DowJones Sustentabilidad, entre otros. No existe –ni creo que pueda existir– una metodología unívoca para definirlos. En la práctica, pueden ser personas o comunidades, proveedores, trabajadores, contratistas, líderes de opinión, instituciones públicas, ONGs, reguladores y un difuso etcétera.
Por esto es común encontrar en el diccionario de la sostenibilidad la palabra “mapear”, pues, literalmente, es necesario identificar la distribución espacial de cada Stakeholders en relación con la compañía. Existen matrices para gestionar sus riesgos e intereses: cuantificación de su relevancia a partir de su afectación o utilidad para el negocio. Por supuesto, la clasificación debe ser coherente con la cadena de aprovisionamiento, la operación y los clientes o involucrados, pero existe bastante margen. La intuición y los resultados han demostrado que una definición prolija de los grupos de interés redunda en una ventaja ante los competidores y aumenta el valor del negocio en el largo plazo.
Este es el giro de la nueva mirada de la sustentabilidad, que implica diferenciar entre la extracción de valor y la creación de valor. Crear valor compartido es mirar el negocio de manera integral más allá de la clásica responsabilidad social empresarial, reputacional o filantrópica, sino como una forma nueva de éxito económico. Los investigadores Michael Porter y Mark Kramer, quienes se han especializado en estudiar estrategias empresariales con impacto social, lo han definido como una manera de reinventar el capitalismo, poniendo el foco en la innovación y crecimiento. “Creación de valor compartido es la búsqueda de oportunidades de negocio mientras se resuelven problemas sociales, persiguiendo el éxito financiero de una manera que cree beneficios para la sociedad”, aseguran en el artículo “La Creación de Valor Compartido”, publicado en Harvard Business Review.
Por otro lado, extraer valor es basar el negocio meramente en los resultados financieros y maximizar utilidades reduciendo costos, sin considerar las evidentes externalidades negativas que produce la operación o la mejora en el entorno que lo antecede y posibilita. Por ejemplo, ¿es un caso exitoso que los repartidores de alimentos arriesguen su vida en motocicletas ultra contaminantes y ruidosas, sin patentes, a velocidad desmesurada? ¿Es sustentable dicha solución para resolver el problema logístico de la última milla?
El desarrollo de la economía futura debe ser sustentable ante la nueva realidad mundial. En los próximos años, viviremos adecuaciones impostergables bajo las consecuencias de la era del Antropoceno. La adaptación, mitigación y control de sus efectos será la última milla de nuestra generación y la antesala de lo irreversible. La esperanza está puesta en los sectores, industrias y personas que se encuentran modificando sus conductas y decisiones. Y para eso, actualmente existe un nuevo crisol de oportunidades como la economía circular, los principios (UN), la transición energética justa, los bonos de impacto social, los impuestos verdes, la eficiencia energética y muchos otros paradigmas que vienen a vivificar la condición de posibilidad para la (in)existencia de todos y todas.