Acabó el año escolar y, como es habitual, las calificaciones finales no se hicieron esperar.
En algunos establecimientos se dio un feedback final a las familias, en otros, sólo se envió un reporte numérico que terminó en la basura. Es interesante preguntarse qué hacemos los padres y madres con esa información, además de ofrecer premios, dar castigos, enviárselas al Viejito Pascuero.
Primero, es necesario comprender que las calificaciones son una medida, generalmente numérica, que permite ubicar el resultado de una o muchas instancias de evaluación aplicadas en un período de tiempo determinado. Son una representación cuantitativa de aprendizajes y, de alguna manera, ordenan los resultados para la toma de decisiones pedagógicas del establecimiento. Es como subirse a la balanza y pesarse: obtienes un número, pero no sabes de qué se compone ese peso, qué factores específicos lo alteraron ni qué puedes hacer para modificarlo.
Cuando se trata de kilos, sabemos que cerrar la boca no soluciona nada, por lo tanto, decirle a un niño o niña que estudie más o que ponga más atención en clases, es tan cuestionable como ponerlo a dieta estricta. Los resultados académicos son tan multifactoriales como la composición corporal y muchas veces los problemas conductuales son consecuencias y no causas.
La primera parte, que además es fundamental, es revisar que los establecimientos hayan cumplido con brindar procesos pedagógicos, tanto de enseñanza como de evaluación de calidad a sus estudiantes. Estas son evaluaciones orientadas a lo cualitativo, con niveles de exigencias aceptables y con pruebas formativas que brindan diferentes oportunidades de demostrar desempeños y conocimientos aprendidos a través de instrumentos adecuados.
Si el establecimiento hizo su parte, si tuviera que poner banderas rojas en los reportes de calificaciones a lo largo de la educación escolar —en base a mi experiencia como profesora— puedo señalar que los estudiantes que cursan 1° y 2° básico no deberían tener calificaciones bajas que los pongan en peligro o que derechamente los hagan reprobar. Si esto está ocurriendo, es indicio de que algo no comenzó bien, por lo tanto, es necesario acercarse al colegio e identificar dónde puede estar habiendo un problema. Hay que descartar situaciones como dificultades de visión, audición, lenguaje, situaciones psicológicas, emocionales u otra condición que estuviera alterando el proceso de aprendizaje. Pueden ser cosas incluso tan cotidianas como la ubicación del puesto del alumno en la sala de clases, el tipo de actividades que realizan o el clima escolar. Si aquello ya se hizo y no hubo mejoras considerables, es aconsejable consultar con una especialista, idealmente psicopedagoga para comenzar con un proceso de evaluación.
En 3° básico es posible ver una variación de las calificaciones porque los objetivos de aprendizaje exigen un cambio en el tipo de pensamiento, avanzando hacia una forma de estructurar ideas cada vez más lógico y menos mágico o infantil. Además, se asume que el proceso de aprendizaje de la lectoescritura está consolidado, es decir, que se sepa leer y escribir. Cuando digo leer implica comprender lo que lee, no sólo conocer los sonidos de las letras. Si aquello no se logró satisfactoriamente, es posible ver descensos en lenguaje, matemáticas, historia y ciencias. Otras pistas que podemos encontrar son la forma y tamaño de las letras, la forma de tomar el lápiz, dificultad para expresarse de manera comprensible o dificultad para recordar información o seguir instrucciones. Si ya ha culminado 4° básico y las dificultades no se han solucionado, es más que aconsejable, nuevamente, consultar con una especialista, idealmente psicopedagoga para comenzar con un proceso de evaluación.
Ya en 5° o 6° se espera que los estudiantes manejen las 4 operaciones aritméticas, comprendan lo que leen y escriban textos para justificar respuestas o explicar fenómenos. Las actividades son más completas y desafiantes. Se espera una lectura fluida y la comprensión de ideas implícitas en los textos. Se requiere tener aprendidas las tablas de multiplicar y, en la gran mayoría de los colegios de Chile, Inglés debuta como asignatura obligatoria. Si no hubo bajas calificaciones en los años anteriores, raramente se presentarán variaciones importantes. Al revés, si ha habido dificultades, estas se van a acentuar.
En 7° y 8° básico, las dificultades no abordadas serán más evidentes, pero los cambios de la pubertad vienen a revolver las pistas. Se asume que “la edad del pavo” es la explicación de las bajas calificaciones que pudieran aparecer en esta etapa, sin embargo, cuando ha habido turbulencias en los cursos anteriores y las medidas no fueron suficientes, la bomba explosiona aquí. La autoconfianza tambalea y nivelar o llenar vacíos en habilidades de escritura, comprensión y matemáticas en condiciones emocionales complejas pone cuesta arriba las cosas. Pero si se ha venido recibiendo apoyo, la situación se lleva mejor. Las exigencias propias de los niveles superiores y el cambio de tipo de pensamiento requieren que sean capaces de hacer actividades que conllevan un nivel de abstracción mayor.
Entre 1° a 4° medio es posible ver que los estudiantes que tuvieron los apoyos necesarios completan el proceso escolar y tienen expectativas de continuar con sus estudios. Puede que algunos alumnos requieran más tiempo para aprender y sea necesario reforzar con clases particulares cuando alguna asignatura está siendo más difícil. Es importante volver a revisar aspectos relacionados con el clima escolar, el estado psicológico y emocional, la naturaleza de la disciplina estudiada y con el estilo de enseñanza de cada profesor o profesora. Algunos estudiantes pueden aplicar sus propias estrategias para lograr mejores resultados; otros sortean los desafíos académicos con prácticas poco deseables como la copia y la ayuda de los compañeros en los trabajos en equipos. Otros fueron criados en una ambiente escolar que les etiquetó de flojos hasta que se convencieron de serlo. Estos prefieren bloquear ciertas asignaturas y asumirse “malos para” uno u otro ramo.
Repetir no es una opción. Los establecimientos educacionales deben evitar la repitencia, porque ésta no es un mecanismo que asegure una mejoría en los desempeños. Por el contrario, perjudica social y psicológicamente a los alumnos y no asegura ningún beneficio académico. Ni en una situación extrema -como la pandemia- se consideró la repitencia como una alternativa de solución. Así mismo, el establecimiento debe informar a sus estudiantes cómo serán evaluados, cómo se calificará y cuáles medias se tomará en caso de tener bajo rendimiento académico.
No es novedad que en contextos de mayor vulnerabilidad, los estudiantes repitentes terminan por desertar. Un historial de bajos rendimientos académicos, repitencias, junto con la adolescencia y sus desafíos, son la tormenta perfecta para el abuso de sustancias y otras situaciones de salud mental y social. Por ello es que actuar a tiempo para proveer una experiencia escolar satisfactoria es la clave para aprovechar las oportunidades que una escuela brinda a todos sus estudiantes por igual. De todas maneras, siempre es mejor actuar. Aunque sea tarde.