Me imagino que a todos, o a la gran mayoría de nosotros, nos ha tocado presenciar el momento en que una pareja se pone a discutir sobre cómo pasaron ciertos eventos: “no fue tan así”, “que eres exagerado/a”, “bueno, en ese momento no sabía que eso estaba ocurriendo…”.
En esas situaciones, como observadores externos, podemos sentir cómo la tensión se incrementa en la pareja y cómo, en algunas ocasiones, esto incluso puede acabar en un conflicto abierto. ¿Qué se pone en juego en estos momentos? ¿Por qué algo que se inicia inocentemente, como el relato de una experiencia frente a un tercero, puede terminar en una disputa por la verdad o en un conflicto abierto cargado de descalificaciones?
En mi ejercicio como terapeuta de parejas, me he visto presenciando repetidamente esta situación, a la que he decidido llamar traición a la confidencialidad.
Muchas veces esto aparece cuando escuchamos a nuestra pareja referirse a nosotros de cierta manera que no le habíamos escuchado en privado o cuando notamos que se ha “revelado” algo entendido como personal e íntimo al mundo de lo público o lo social. Lo que acontece ahí, entonces, es un sentimiento de ser el último/a que se entera de lo que su pareja piensa o siente, con la consiguiente sensación de quiebre en la confianza.
Si bien la terapia de parejas es un lugar en el que consensuadamente las personas han decidido abrir los aspectos problemáticos y privados de su relación, de igual manera me encuentro como terapeuta con esa resistencia inicial por parte de aquel miembro de la pareja que se siente ofensivamente expuesto por el otro. Que siente como si le hubiesen hecho una encerrona. Ese es un momento vivido con sorpresa e incomodidad, porque las palabras, que por lo general tratan de dar cuenta del malestar de la persona en relación a su pareja, le suenan acusatorias y traidoras.
Sin embargo, la confidencialidad que queda acordada en la pareja no garantiza que las personas se digan todo lo que sienten respecto del otro. De hecho, existen dinámicas internas que hacen difícil, por momentos, expresar con claridad lo que sentimos o necesitamos. Por eso, a veces nos encontramos hablándole a nuestra pareja a través de un tercero para desquitarnos o simplemente para sentirnos escuchados.
Solemos entender de manera equivocada lo que significa confianza en la pareja. Suponemos que será esa la primera persona a quién recurriremos para compartir los pensamientos y emociones de cualquier naturaleza, incluso los referidos a nosotros mismos, cuando en realidad no siempre es así. Tal vez por ello es que cuando presenciamos a nuestra pareja expresando un sentimiento frente a un tercero que desconocíamos, podemos sentirnos inseguros sobre la relación u ofendidos por no haber sido los primeros testigos de ese proceso mental.
Mi encuentro con este momento en la terapia, además de mi propia experiencia, me ha hecho pensar respecto del lugar y lo que representa “la pareja” en nuestra sociedad, y la sacralidad que se le otorga en torno a su privacidad y hermetismo con el mundo exterior. Como bien mandata la expresión coloquial: “los trapitos sucios se lavan en casa”, generalmente, los conflictos de pareja y su resolución quedan reducidos exclusivamente a ese terreno, transformándose en un misterio, para la gran mayoría de las personas, lo que ocurre al interior de esas dinámicas.
¿Cuánto sabemos de la vida en pareja de nuestros familiares y amigos cercanos? ¿Por qué con nuestros amigos y amigas podemos hablar de todo y saber acerca de su trabajo, familia, hijos e hijas, pero con dificultad llegamos a saber cómo se está en su vida de pareja? ¿Sería deseable que nuestra relación de pareja, más allá de sus aspectos conflictivos, fuese hablada con más soltura con otros, como una vía para entendernos a nosotros mismos y ser más honestos con lo que necesitamos?
Tengo la impresión de que si tomáramos nuestra relación de pareja como una entre otras relaciones que sostenemos, posiblemente estaríamos más abiertos a interrogarnos respecto de nuestro nivel de bienestar y comodidad dentro de ese vínculo, evitando perpetuar situaciones derechamente nocivas. Posiblemente, nos sentiríamos menos constreñidos a excluir de la conversación aquellos aspectos de la relación que rompen con la idea de la pareja perfecta y nos atreveríamos a tematizar asuntos que pueden estar resultando dolorosos para nosotros mismos, pero que, al considerarlos privados, vivimos en soledad. En casos menos extremos, podríamos ganar la libertad de poder hilar nuestra experiencia de pareja con otros, escucharlos hablar de sus propias dinámicas y construir desde la sociabilidad una manera o deseo de estar en una relación amorosa.
El dejar de suponer que nuestra pareja es la primera y única persona depositaria de nuestra intimidad nos permite enriquecernos de otros vínculos significativos que nos acompañan desde un lugar y escucha distinta. Aceptar la riqueza, al mismo tiempo que la restricción o limitación que propone el vínculo de la pareja, es sustantivo para poder ponerla en tensión con otros, sin culpa por la transgresión a la confianza mal entendida.