Hagamos un pequeño experimento. Respira profundamente 5 veces. Relájate y contempla tu cuerpo lentamente desde la planta de los pies hasta la coronilla y de regreso. Sigue respirando y sintiéndote cuanto más puedas. Apenas sientas serenidad, continúa la lectura.
Reflexiona ahora ¿cuál es la necesidad más importante en este momento de tu vida? Observa detenidamente lo que aparece en tu cuerpo e identifica cuál es la emoción dominante. Lo más probable es que experimentes alguna forma de malestar como preocupación, miedo, incluso ansiedad o estrés.
Ahora tómate unos momentos y transforma esa necesidad en un deseo, es decir, visualiza aquello que quieres, relacionado con esa misma necesidad. ¿Qué emoción te aparece en el cuerpo? Lo más probable es que sientas algo más placentero como paz, confianza, alegría, entusiasmo o esperanza.
Desde que surgió la teoría de la jerarquía de necesidades de Abraham Maslow en 1950, la cultura posmoderna nos ha orientado a gestionar necesidades. Las necesidades son el argumento desde donde se guían los esfuerzos productivos y se establecen metas y objetivos.
La palabra necesidad tiene su raíz en el Latín Necesse. Su etimología alude a la cualidad de aquello que no cede. Aquello que no puede ser dejado, es decir: lo inevitable. Originalmente, las necesidades evocan algo que ha de ser asumido y aceptado como parte de las circunstancias de la vida. Sin embargo, esta sensibilidad se transformó poco a poco en un imperativo moral, es decir, las necesidades hoy se viven como una obligación, más aún como una autoexigencia.
En nuestra cultura, hay momentos donde lo “necesario” parece ser una fuerza externa que nos impone determinados actos o conductas. Por ejemplo, son pocas las personas que conozco que les gusta lavar platos. Sin embargo, a la larga, aunque no les guste, los lavan igual cuando están sucios. Esta escena muestra una situación cotidiana que ilustra una contradicción emocional en torno a la forma en que nos relacionamos. Una persona que no le guste lavar platos y lo hace, puede argumentar que realizó algo que no quería. Sin embargo, si no lo hizo por el gusto de lavarlos, lo hizo motivado por las consecuencias. Y al hacerlo, es evidente su deseo: que la casa quede limpia, complacer a su pareja, hacerse cargo de una responsabilidad, no incomodar a mamá, evitar un castigo, etc. Todos estos deseos implican algo valioso que una persona quiere conservar.
Es aparentemente un acto “noble” tratar de satisfacer las necesidades de otros, sin embargo, es imposible poder determinar lo que le pasa al otro, si no se le pregunta por su deseo. Los deseos siempre son íntimos, y la necesidad surge como una opinión nuestra o de un tercero sobre lo que nos pasa. Si no se escuchan los deseos de la persona, irremediablemente se le manipula.
En una investigación que realicé entre 2015 y 2016 con el coach y facilitador chileno, Adolfo Valderrama, exploramos la emocionalidad asociada a las necesidades y los deseos. Nuestro estudio incluyó de forma presencial las ciudades de Bogotá, Lima y Santiago, y mediante una encuesta on line se incorporaron datos de aproximadamente otras 10 ciudades de Latinoamérica. Los resultados fueron sorprendentes. El 80% de las personas que encarnan una necesidad la viven desde emociones no placenteras y restrictivas como la preocupación, el miedo, la ansiedad y el estrés. Por otro lado, el 80% de los deseos encarnados se viven desde emociones expansivas y placenteras como la tranquilidad, la alegría, el entusiasmo y la esperanza. ¿Por qué esta diferencia?
Cuando nos relacionamos desde lo necesario, le damos presencia a la escasez. Cuando nos relacionamos desde lo deseable abrimos posibilidades a la abundancia. Obligarnos a lo necesario sin clarificar lo deseado, y desear sin ponderar lo necesario, son dos extremos que generan mundos fragmentados que propician irresponsabilidad, excesos, adicciones, malestar, etc. Por ejemplo, una persona que fuma o toma por placer, sin reflexionar ni ponderar los efectos en su salud, fácilmente podría generar una dependencia al tabaco o al alcohol. Una persona que favorece lo necesario sin considerar sus deseos, entra en un delirio productivista, donde vive limitado y oprimido, ya que no solo se priva del gusto y el placer de su hacer, sino que queda atrapado en la obediencia.
Las personas autónomas siempre se guían por su deseo de bienestar, y eso es lo que las lleva a determinar algo cómo necesario o no. Al reconocer sus deseos precisan estados afectivos o emocionales que amplían posibilidades para movilizarse de forma consciente. Uno siempre puede elegir desde dónde y cómo vivir. Para ampliar nuestra libertad, la clave es observar y escuchar los deseos de bienestar asociados a toda declaración de necesidad.