Día raro

24.07.2024
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En latín rarus significa ‘poco frecuente’. Se dice de la materia cuando sus partículas se dispersan. La rarefacción consiste en el proceso inverso a la condensación. La condensación sucede cuando las partículas se concentran. Lo raro siempre está separado. La materia rara o rarificada es materia dispersa, distraída.

Este fue un día raro. Uno de esos días donde el cielo se ve como una foto desenfocada y los colores son solo matices. Las hojas se separan de los árboles, lo horizontal se separa de lo vertical, las nubes están fuera del cielo, la materia se dispersa. El ojo capta la materialidad en su singularidad desarticulada porque no puede hacer sentido de la consistencia. Hay solo unidades indiscretas. No es que las cosas floten, están ahí, en su nuevo espacio asignado. Solo pierden su materia vinculativa, su plataforma invisible. Hay una ligereza parecida a la materia de los sueños. Las partículas se separan no porque se repelan, sino que porque hay demasiado espacio que ocupar. 

Hoy me separé de algo que quería y todo se separó. Los colores dejaron de ser propiedades secundarias, se volvieron objetos. Las formas perdieron sus bordes, pero la falta de borde no es desborde, es dispersión. Quería estar condensada, unirme por contacto, pero me separé. No fue quiebre ni repelencia, solo que el espacio era demasiado enorme y había que ocuparlo. Un ojo por allá, un oído por acá y la mano solo consiste en dedos.  

Mi foco hoy es el de la dispersión, no hay conexiones causales. Quizás si le pego a una piedra, esta no se mueva. Las leyes de la física hoy son leyes de la psíquica.

Estar rara es estar desconectada, literalmente. Estoy rara. ¿Soy rara? Trato de hacer sentido de la unidad, mi unidad, Trinidad, pero no lo logro. No lo hago ni siquiera desde la percepción. La introspección modera la realidad de manera arbitraria, como si la cabeza y los pies fueran lo mismo. Pero la distorsión solo existe si existe la norma. Cuando no existe la norma, entonces la distorsión reina de un modo amoroso. ¿Qué importa dónde estén la cabeza y los pies en la medida en que estén? ¿Y qué importa si los pies piensan y la cabeza camina?

Todos tenemos días indescriptibles, días que no se ajustan a las reglas del lenguaje ni de la realidad. Esos son los días raros, en que las partículas de las cosas cambian de lugar, solo porque pueden. 

Estamos acostumbrados a nombrar y darle estructura a las cosas para entenderlas y sanar. Si es que sé lo que me pasa, entonces lo curo desde la identificación, el nombre, su borde y su categoría. Un día raro te ofrece la rara oportunidad de asumir que no hay que nombrar para curar. Decir no sé. “No sé cómo estoy” también es una manera de decir cómo estoy. 

Quizás mi unidad psicosomática depende de la mirada de los demás. Ella es Trinidad. Pero hoy soy Dritniad o Nidartid. Mejor ni me nombren. Día raro. Hay muchos, pero hay unos inolvidables, que marcan al punto del desconocimiento, de la amnesia. No me den consistencia que no la tengo. Si me hacen explicar, invento.

Cuando todo se mezcla aparecen cosas nuevas. Después de todo, nada se genera ni se destruye, según las leyes de la energía. Hoy la energía está en la emoción, lo que está en movimiento. Y la emoción no es más que mezcla. Las nombramos, separamos la rabia, del amor, de la pena. Pero es una sola cosa vibrante. Conservamos la ilusión de poder darle a una el gobierno y quitándole poder a la otra, pero es una negociación sin resultado. Lo que está en movimiento no se puede nombrar, según Platón. 

No me separé, me separaron. Quería estar ahí y ahora estoy acá, por lo tanto, todo cambio de posición. Si quería estar ahí y ahora estoy acá, entonces nada merece estar donde debiera estar. La obsesión con el orden también es descuidada. Quería estar donde no cabía.

¿Una taza que no cabe en el estante merece estar igual en el estante? No hace sentido a la vista, tampoco a la eficiencia. ¿Qué importa?

Nos movemos como unidades discretas en un ambiente enrarecido. La gravedad cambia. Según Simone Weil, la gravedad es todo lo que nos hace humanos, la gracia, divinos. Pero el movimiento siempre tira para ambos lados, para arriba y para abajo. Este día se siente como gravedad y gracia. Un día en que mi cuerpo se sostiene en la tensión de la gravedad y la gracia, porque lo que me mueve es el amor, que es divino, y el odio, que es humano. 

Me separaron y ahí me quedé. Rara viendo lo raro, que se mueve lento, sin articulación, sin borde, sin nombre. Trato de aprovechar este momento, antes de que las cosas se condensen, vuelvan a tomar su posición, su estructura basal, su consistencia. Antes de que mi nombre vuelva a ser Trinidad. En esa rareza, en esa separación, hay un espacio también de libertad para que, por un momento, seamos parte de la belleza del caos.  

Escrito por

Trinidad Silva estudió Filosofía en la UC. Hizo un magíster en Estudios clásicos en UCL (University College London), donde luego realizó su doctorado en filosofía antigua. Desde 2016, ha desarrollado, junto a su hermana, proyectos de literatura informativa infantil. Actualmente es profesora e investigadora del Instituto de Filosofía de la Universidad Católica.

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