La trampa de la hiper-disponibilidad

30.08.2022
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Recuerdo perfecto una conversación que tuve con mi prima en Estados Unidos, en febrero de 2012 cuando la fui a visitar.

— Descárgate WhatsApp, que es una aplicación para poder chatear en tiempo real—

— ¿Y se apaga? —pregunté.

— Por ahora, no —me respondió.

Volví a Santiago con mi app descargada, mientras hablaba de las bondades de conversar con otras personas desde el celular y no tener que conectarse a un computador para hacerlo. Mis amigas, incrédulas, empezaron a bajarlo y así, casi sin darnos cuenta, estuvimos disponibles 24/7.

Con los años, hemos normalizado estar conectados de forma constante: mandar la ubicación en tiempo real, y enviar audios y mensajes presuponiendo respuestas inmediatas. Y es que WhatsApp y el resto de las aplicaciones de mensajería instantánea operan prácticamente como un diario de vida. A pareja, amigos y familia, les contamos lo que nos pasa en el cotidiano, e incluso nos desahogamos hablando de nuestros miedos y angustias más grandes a través de mensajes.

Sin embargo, tal como nos conectan y -de algún modo- nos entregan la posibilidad de sentirnos más cerca, también nos exigen estar atentos en todo momento, incluso con personas que no son parte de nuestro círculo íntimo. Así, es frecuente escuchar quejas sobre la angustia de tener que estar alerta todo el tiempo a las notificaciones o el famoso odio a los chats de curso o trabajo, que a ratos se vuelven insoportables y que afectan nuestras relaciones interpersonales.

¿Qué nos pasó? ¿Es acaso un problema o más bien es algo que tenemos que aceptar como nuestra nueva realidad?

Llevo más de una década pensando en la hiperdisponibilidad de la que somos parte y, de la que prácticamente no tenemos derecho a salirnos para no ser tildados de ‘anacrónicos y graves’. Ahí es cuando aparece el miedo a quedar fuera y la idea de FOMOfear of missing out, o temor a perderse algo-, que se traduce en sentir que otros podrían estar teniendo experiencias gratificantes de las que no estoy participando. Es un deseo de estar  conectados con lo que ellos están haciendo, pero desde el temor a no pertenecer. A desaparecer.

Es un hecho que hemos pisado el palito de la hiperdisponibilidad, aunque -sin duda- esto se agudizó con la pandemia y la aparición del teletrabajo, que materializó la idea de tener que estar dispuestos de manera constante a resolver lo que otros, de pronto, no podían o no querían. Ya no habían excusas. Podías conectarte desde cualquier parte del mundo a una reunión o solucionar problemas a todo momento.

Estar hiperdisponible no es inocuo. Genera niveles altos de estrés, sobrecarga laboral, irritabilidad y frustración por sentir que no se está a la altura de las demandas externas -ya sea personales, o de trabajo-. Asimismo, puede afectar la vida de pareja o familiar. En los últimos años, en mi práctica clínica, me he ido encontrando con eso: personas extenuadas, incapaces de poner límites, por miedo a perder a quienes los rodean o sus fuentes de empleo. El celular se ha vuelto un enemigo. Tus hijos piden que te despegues para estar con ellos. Tus amigos dicen que nunca estás, cuando en realidad, sí.

Estar hiperdisponibles nos hace habitar un personaje que está a la mano para los demás. Nos hace despojarnos de nosotros mismos para atender necesidades ajenas, distantes de las propias. ¿Por qué no podemos soltar, poner límites y decir simplemente ‘no’?

Creo que la emoción a la base es el miedo: miedo a que trazando esas demarcaciones, nos dejen de querer, nos rechacen o nos olviden. Frente a la hiperdisponibilidad, no tengo respuestas, pues es cierto que tenemos cosas a las que atender en nuestra cotidianidad, o compromisos que no podemos eludir. Pero, ¿Tenemos claro cuáles son los límites personales? ¿A qué le tenemos miedo, si aparecen esos límites?

La invitación es a reconocer el miedo y preguntarse qué provoca en la interna. Tal vez, así se distingan respuestas que hagan sentido y se encuentre el equilibrio de cuán disponible estamos para los otros.

Escrito por

Dominique Karahanian es psicoterapeuta de parejas, familias e individual y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica.

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