Poner atención: Platón, Weil y Murdoch

19.04.2024
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Poner atención es algo que en general tiene la forma de una exhortación, que viene de otro: Trinidad, pon atención.

Esto que se da sobre todo en el ámbito escolar o familiar es algo que no debería sino ser un reto constante a nosotros mismos. Trinidad, pon atención. Esta atención dirigida, el esfuerzo de atender algo, no se da simplemente al cambiar la mirada de un foco a otro; sucede al observar, sin buscar nada, pero deseando todo. Esta atención de la que hablo no consiste en volverse más sobre uno mismo, singularizándose, sino que precisamente en salirse casi por completo de uno mismo. En ir en encuentro con otra cosa tan bella, que tiene la capacidad de transformarnos.  

Podríamos pensar que poner atención es algo fácil. Estamos constantemente estimulados con objetos que capturan nuestra mirada: imágenes, noticias, mensajería, publicidad. Pero estos focos de atención caen en la lógica del reemplazo, no de la conservación. Mantenemos la atención en un objeto: dispositivos y plataformas, pero cambiando la mirada de un foco a otro, velozmente, sin detención. 

El lenguaje de la atención no es llano ni directo, no incluye recetarios ni normas. Por eso tampoco es popular.

La ética de la atención es platónica, ajena a la vida práctica, mística. Por eso la acogieron, desde Platón, dos filósofas místicas: Simone Weil (Francia, 1909-1943) e Iris Murdoch (Inglaterra, 1919-1999). Si bien ambas advierten que la atención es una actividad extraordinaria y espiritual, la promueven como una capacidad que se activa desde lo más inmediato. 

Ambas autoras ven en el rasgo de la atención una disposición moral que es capaz de captar la belleza en todo, dejándose impresionar sin dogmatismos ni juicios frente a su objeto. En Platón, Simone Weil y Iris Murdoch, la atención siempre parte desde el eje amoroso y se dirige sobre todo al estudio, el arte y los otros. Hay una virtud transformadora en mirar un texto, una pintura, una persona, una y otra vez: contemplación estética y placentera que no infiere o deduce información, sino que se inunda con su objeto.

El llamado a poner atención en estos autores no persigue un propósito productivo. Estudiar con atención un texto griego no busca como resultado una buena calificación, sino que una transformación interna. La declaración es sin duda ambiciosa y cuestionable. Se juega en la moral.

¿Puede haber una ética de la atención?

Para la tradición de la filosofía moral del siglo XX -donde la acción es lo evaluable en términos de bueno y malo-, hablar de transformaciones internas, contemplación y atención está ciertamente fuera de lugar. La metáfora del último siglo en filosofía moral es la del movimiento, no la de la mirada. 

Platón en la República afirma que al filósofo lo define su naturaleza psíquica, su educación y el amor a la belleza. Muchos estudiosos creen que lo que lo define es el conocimiento en contacto con la Idea. Para mí, es claro que lo que lo define es el amor. Un deseo, una predisposición que, como dice, quiere creer que existe algo más de las cosas particulares y le da la bienvenida o acoge la belleza en sí. Es una suerte de movimiento voluntario, casi un salto de fe, que se mide en el esfuerzo de fijar la mirada para disponerse a encontrar algo que podría no aparecer. 

Lo central del pensamiento de Platón es que este movimiento amoroso se fija en una sola cosa. No es algo particular, es el aspecto universal de lo particular: la belleza. Esta atención sobreviene con el amor; el deseo de ver las cosas desde su bondad y justicia. Desde la metafísica platónica, el amor que ve lo bello es un movimiento que asciende, que, con la disposición atenta y adecuada, avanza hacia aquello que hace que todas las cosas bellas, sean bellas. Platón propone así el modelo hidráulico del amor (eros): si el deseo se centra en muchas cosas, esa energía se debilita; si es solo una, la corriente erótica se llena y cunde. Sócrates le advierte a su interlocutor en la República: “Pero además sabemos que, cuando a alguien lo arrastran fuertemente los deseos hacia una sola cosa, se le tornan más débiles las demás, como una corriente que es canalizada hacia allí”.

El amor es como una energía que atiende lo que se desea, lo que a uno le falta, lo que no se tiene. Con la disposición cognitiva del filósofo, Platón promueve que las múltiples cosas bellas, sea una persona, un acto de justicia, un saber o un poema, no agotan la belleza. Eso define más bien a los amantes de los espectáculos, cuando el filósofo ama “el espectáculo de la verdad” (theoria). Desde las cosas bellas, con avidez y amor, se salta progresivamente a la belleza que es solo una. 

No es fácil defender tal modelo. Tendríamos que aceptar la metafísica platónica, con sus saltos de fe, lo cual resulta problemático. Weil y Murdoch no suscriben necesariamente a un modelo metafísico o religioso para promover la atención, aunque lo haya. Dice Murdoch en La soberanía del bien: “Como agentes morales debemos intentar mirar de manera justa, de superar el prejuicio, evitar tentaciones, controlar la imaginación, dirigir la reflexión. El hombre no es la combinación de un pensador racional impersonal y una voluntad personal. Es un ser único que ve y que desea de acuerdo a lo que ve, y que tiene cierto control sobre la dirección y foco de su visión. No hay nada en esta descripción que sea poco familiar a una persona común y corriente”.

El llamado a poner atención es abierto: consiste en dejarse impresionar, con control en el foco de la mirada y, al mismo tiempo, con plena obediencia a lo que dicta la realidad.

Lo que estas autoras recogen es la inmediatez y certeza de la experiencia. Todos experimentamos una transformación al contemplar algo bello, donde bello recoge el eje del saber, del otro y del arte. Con respecto al saber, ambas autoras ofrecen como ejemplo el estudio de la gramática de una lengua extranjera, latín, griego, ruso. Esa belleza del lenguaje está en su orden, en su estructura, en su complejidad y riqueza. 

Aprender las declinaciones del latín requiere entender sintaxis, lo que requiere a su vez entender la lógica del pensamiento del lenguaje: sujeto, verbo, predicado, complementos. Esa experiencia de comprensión que capta desde la experiencia, es bella y es una. Para que esta resulte un acto de atención que transforme al agente, debe haber una inversión de energía que corra por una sola corriente erótica, sin buscar resultados, sino que dejándose impresionar. El agente es paciente frente a su objeto, permite que le aborde sin dominación. 

Esa experiencia es fundacional para defender una ética de la atención. La ética deviene estética. Admirar gente, arte y saber es un ejercicio que se practica, pero no a modo de hábitos y acciones -como promueve la ética aristotélica-, sino que a través de la mirada.

Hasta ahora el ejemplo ha sido el estudio, precisamente, porque Simone Weil y Iris Murdoch se dedican a la filosofía y al estudio de los clásicos. 

Pareciera que para que esta ética/estética se proponga como una moral posible, habría que situarla en el campo de actos ordinarios y cotidianos. En este contexto, aparece el otro. El ejemplo favorito de Iris Murdoch es el de la suegra con la nuera. La suegra M conoce a su nuera D y se siente desilusionada en el primer encuentro frente a su actitud y estilo. Se le presenta como alguien superficial, de poco gusto y de gestos infantiles. En un momento dado, M se detiene a pensar cuánto de ella hay en esos juicios y calificativos. Quizás ella, siendo mayor y más tradicional, está forzando sus propios estándares a la hora de evaluarla. La vuelve a mirar con detención. Los gestos que veía como superficiales e infantiles, le parecen ligeros y simpáticos. Se detiene a observar cómo trata a su hijo, de forma cariñosa y dedicada. Nada de lo que supone esa realidad, esa interacción, ha cambiado realmente. D sigue siendo la misma. Pero M sí se ha transformado moralmente al alterar su mirada producto de la atención. 

De la misma manera, Simone Weil supone que el estudio es una muy buena manera de entrenar la atención, pero no es la única. Lo que más cautiva a Weil de la espiritualidad cristiana, siendo ella de formación agnóstica, es el amor al prójimo. En A la espera de Dios, un conjunto de cartas de Weil al reverendo Perrin, declara: “La plenitud del amor al prójimo estriba simplemente en ser capaz de preguntar: «¿Cuál es tu tormento?». Es saber que el desdichado existe, no como una unidad más en una serie, no como ejemplar de una categoría social que porta la etiqueta «desdichados», sino como hombre, semejante en todo a nosotros, que fue un día golpeado y marcado con la marca inimitable de la desdicha”. Esta no es simplemente la mirada que nace de la compasión o de la caridad; tampoco es la mirada pesimista que insiste en la flaqueza de la naturaleza humana; es la mirada atenta que ve al otro en su verdad. “Para ello es suficiente, pero indispensable, saber dirigirle una cierta mirada. Esta mirada es, ante todo, atenta; una mirada en la que el alma se vacía de todo contenido propio para recibir al ser al que está mirando tal cual es, en toda su verdad. Sólo es capaz de ello quien es capaz de atención”. ¿ESTO ES ASÍ? 

Sí, es así!

Nada de lo que sucede en estos gestos de atención puede evaluarse en el espacio de lo visible. Es un movimiento, o quizás una quietud, que sucede en la invisibilidad de lo que Platón llama alma, ante lo que Murdoch llama realidad y Weil llama verdad. Pero el llamado no es a volverse dogmático en torno a creencias sobre la naturaleza del alma o la existencia de una única realidad o verdad; el llamado es a experimentar la fuerza de la mirada hacia un objeto: un puro objeto. 

Escrito por

Trinidad Silva estudió Filosofía en la UC. Hizo un magíster en Estudios clásicos en UCL (University College London), donde luego realizó su doctorado en filosofía antigua. Desde 2016, ha desarrollado, junto a su hermana, proyectos de literatura informativa infantil. Actualmente es profesora e investigadora del Instituto de Filosofía de la Universidad Católica.

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