¿Te ha pasado enviarle un mensaje a un adolescente de tu círculo cercano y no recibir respuesta, hasta que le reaccionas a una historia de Instagram o le escribes por mensaje directo?
Seguramente, cada vez que estás con ellos, puedes ver cómo chequean su teléfono de manera constante, quedándose horas pegados en Tik Tok o scrolleando en alguna otra red social. Sin embargo, pueden pasar, incluso días, sin contestar cuando les escribes de manera personal, y la opción de que te devuelvan una llamada es prácticamente nula.
Nacidos y criados al alero de Internet, hoy vemos que los adolescentes se conectan frenéticamente, aunque no suben fotos y apenas se les puede divisar en algunas historias de Instagram, donde se instalan ciertas estéticas, relacionadas con lo identitario: con eso que quieren proyectar de sí.
Como voyeurs, pareciera que se ocultan tras un velo invisible, pero aunque no los vemos activamente subiendo contenido en Instagram -aunque sí en Tik Tok-, están más presentes que nunca. Sin embargo, esa ubicuidad cambia cuando se trata de interactuar con los adultos. Frente a nosotros, impera el hermetismo, y ese no saber qué están pensando o sintiendo, nos llena de ansiedad, porque no tenemos acceso a ese mundo privado, que muchas veces es tan distinto al público.
Los adultos nos quedamos muchas veces con la versión pública. Debe estar bien porque se ríe, sale, tiene amigos, y no accedemos a la esfera mental. ¿Qué siente? ¿Qué piensa? ¿Cómo se proyecta? Tenemos miedo, imaginamos muchas veces lo peor, además de no contar con las herramientas suficientes para abordar temas que no conocemos y que quizás nos da vergüenza preguntar, por el miedo a que nos digan “Ok, boomer”.
La adolescencia como etapa, con sus rasgos constitutivos, muy heterogéneos y variables, es bastante nueva, creándose como concepto recién en 1904 de la mano del teórico Stanley Hall. Antes, se transitaba de la niñez a la adultez sin grandes interrogantes. Y como la esperanza de vida para la época no superaba los 33 años, no alcanzaban a generarse las dificultades relacionales que hoy en día tienen adultos con adolescentes.
Por otro lado, las generaciones X e Y (padres de esta generación Z) tuvimos una adolescencia sin internet, entonces estamos ante un terreno desconocido, sin parámetros de comparación. Nos cuesta entender cómo es crecer, madurar y formarse como persona en la era de la hiperconexión.
Lo que sí entendemos, mirando la literatura, es que en la adolescencia la persona busca diferenciarse de los otros, emprendiendo camino para encontrar su identidad. Un espacio que se da junto a sus pares. Desde ahí que la persona adolescente necesita su espacio de intimidad, donde emergen reflexiones y situaciones que están lejos del mundo adulto, donde buscan ayuda y red de apoyo cuando lo creen necesario.
Eso nos ayuda a comprender por qué migran a nuevas redes sociales cuando los adultos comienzan a usar las que ellos determinaron como propias, como ocurrió en el caso de Instagram. Y también nos permite entender que los modos de comunicación digital -como respuesta a estas ganas de diferenciación-, van a diferir. Si nosotros tenemos una tendencia a responder a todo mensaje, a pesar de no querer hacerlo; ellos -por el contrario- van a rehuir de esa exigencia externa.
Puede resultar de perogrullo, pero lisa y llanamente acompañando sin atosigar y dando muestra de una presencia incondicional. Que tengan la certeza de tener una red que los contenga en caso de necesidad. Y que a pesar de tener fisonomía “adulta”, ellos están transitando hacia esa etapa con lo complejo y difícil que puede llegar a ser.
El mejor consejo es hablar, preguntar por qué no se han comunicado y probablemente te lleves una sorpresa al escuchar esas respuestas.