He ido a terapia casi toda mi vida. La primera vez tenía alrededor de siete años y llegué por una aracnofobia terrible que se gatilló después de despertar en la mitad de la noche y encontrarme con una araña pollito al frente mío. Mientras lo escribo aún siento una sensación rarísima. Lo pienso y me sigue dando miedo, es un trauma que me causa una reacción física y que cuando niña, antes de tratarlo, era realmente invalidante. Es un poco difuso, pero tengo algunas imágenes y un lindo recuerdo de la psicóloga a la que me llevaron a partir de eso. Me ayudó.
Pasó el tiempo y por distintas razones siempre volví. Fui a varias psicólogas, pero creo que fue alrededor del 2014 cuando me encontré con la que me acompañó por años, hasta la pandemia. María Elena fue crucial en mi vida y le voy a estar agradecida para siempre, pero no seguí con ella porque sentimos que habíamos cumplido un ciclo, además nunca me pude acostumbrar al sistema online.
Hoy me atiendo con un analista hombre por primera vez y me ha gustado mucho la experiencia. No sé si el género sea un factor determinante, pero ha sido un acercamiento distinto.
Siempre digo que un buen psicólogo es una joya, el efecto es sorprendente. El proceso nunca me ha sido fácil, pero los descubrimientos, las conclusiones a las que se llegan, pueden ser extraordinariamente valiosas y trascendentales.
A propósito de eso, en estos días le he estado dando muchas vueltas a un tema existencial que imagino es transversal y pasa por la cabeza de muchos en algún momento: los efectos de la historia personal, desde la primera infancia, en la adultez. ¿Se puede revertir o dirigir lo que se tiene incorporado? ¿Se puede realmente sanar heridas que ni siquiera están identificadas conscientemente? ¿Cómo se guía lo que sin querer se ha aprendido (y aprehendido) y está instalado en nuestra forma de ser, nuestra manera de desenvolvernos y de generar vínculos? ¿Cómo se hace ese ajuste?
Still don’t know what I was waitin’ for / And my time was runnin’ wild / A million dead end streets
Entre otros apodos, conocemos a Bowie como El Camaleón. Durante su carrera siempre defendió la posibilidad del cambio, la oportunidad artística que éste implica y el valor de la reinvención, lo que se nota tanto en su obra como en su estética. En Changes el discurso es literal, una invitación a sí mismo, un reto al destino que requiere de una arenga personal, algo que yo no ligo a la idea de transformarse en otra persona sino en la intención de evolucionar. En esos casos es inevitable enfrentarse a uno mismo, revisar la historia propia y encarar al sufrimiento, lo que -aunque suene redundante- es doloroso y trabajoso; un esfuerzo para el que hay que estar preparado y tener voluntad, porque toma su tiempo y en momentos puede frustrar.
Every time I thought I’d got it made / It seemed the taste was not so sweet / So I turned myself to face me
Desde mi posición de paciente -en sus acepciones tanto de sustantivo y forzosamente en la de adjetivo- doy fe de que enrostrarse sin juzgarse no es algo fácil, menos si la senda es larga, pero creo que vale la pena destruir para construir. Además, desde un punto de vista quizás narcisista, hablar hasta el hartazgo e ir descubriéndose a uno mismo es un viaje que en momentos alucina.
Strange fascinations fascinate me / Ah, changes are taking / The pace I’m goin’ through
Yo creo fervientemente en la posibilidad de progresar y hasta de liberarse a partir de un buen acompañamiento, la observación y el aprendizaje; un camino lleno de recovecos inesperados, pedregoso, pero que puede ser no sólo fructífero sino también muy bonito e incluso poético.
Toda esta reflexión no tiene bases teóricas, es absolutamente instintiva y la manifiesto a partir de mi experiencia personal y un optimismo que quizás es demasiado ambicioso, pero pienso que no estamos supeditados y que los encasillamientos no son tales si se tiene la voluntad de abonanzar y perdonar.
Ch-ch-ch-ch-changes / Turn and face the strange