Comencé a escribir, primero, pensando en ideas. No por una necesidad ni nada parecido. Solo ideas vagas. Parecía divertido ir juntándolas, por ejemplo, en una lista. Esto funcionaba también como una especie de tarea autoimpuesta, una lista de posibilidades de libros.
Era como si me convirtiera en mi propio profesor, asignándome ejercicios para desarrollar habilidades: narrar una historia, organizar por prioridades con ve a saber tú qué tipo de criterios.
Mi propio taller de escritura. Las primeras veces que me enamoré. Las primeras veces que lloré. Las veces que he quedado en citas y sexo con desconocidos. Todo era medio cliché, se evaporaba rápido. O no alcanzaba a cumplir con ciertos ritos que consideraba eran necesarios saldar para poder empezar a desarrollar una idea. Conseguir una libreta nueva, el portaminas 0.7, creo eran esos dos.
Ahora comienzo extraño, ya que podríamos decir que hubo un impulso (cliché), pero al menos me hizo llegar al computador y empezar.
Esto, ya que hace algunos meses me enteré gracias a mis psicóloga que mi listado de experiencias relacionadas con la muerte han sido varias. No necesariamente soy yo quien ha estado cerca de morir, sino más bien personas con quienes me he relacionado. He ido a harto funeral, me he perdido algunos. A otros no he querido ir.
No sé si me interesa llevar un registro exhaustivo de defunciones, una lista correcta, si no tal vez categorizar y pensar que ha diferenciado a una de la otra. Qué he pensado de esa ida y si no habré “dominado ya el arte de perder”. Nunca había pensado demasiado en este tema porque aprendí de chico que es algo natural o inevitable, mejor dicho. También estoy haciendo terapia porque algo ha ocurrido en el camino, imagino que más de un punto tendrá relación con el tema a tratar, y me he dado cuenta de mi lugar en el mundo: uno pequeño, distante y curioso. “¿De verdad son muchas muertes?”, le dije a mi psicóloga, porque de verdad no sabía que existía una especie de acuerdo o normalidad con respecto a la cantidad de fallecidos que alguien podría observar (¿o padecer?).
Tal vez sólo lo hago porque pienso que tengo alguna variedad de relatos, contextos y finales. También parece ser un buen ejercicio para pensar en las “cosas que mueren”, que tantas otras historias o relatos mueren o terminan, pero si seguimos recordando a nuestros muertos, dándoles “una vida” tan finitos no están. Entonces vale pensar en la muerte como aquello que no vuelve o el momento en que esa persona animal o cosa ha mutado a otros estado, a otra idea o cuerpo, que no le permite tener continuidad o futuro conmigo, cerca de mí. La pini, una de las perras que tuve cuando chico, la señorita regodiona, la recuerdo siempre que veo perros cuicos u odiosos. La quise mucho y escapó, imagino por haber vivido siempre puertas adentro y no conocer la rutina del paseo. Ahora sólo puedo recordarla en pasado, ya que ni de su cuerpo canino o ladrido supe más. Esa perrita está muerta para mí. ¿Va bien esta lógica?
Se murió una idea que tenía de mi madre, también otra idea que tenía de mi padre, un emprendimiento, mi estado civil de soltero, una albahaca que me regaló quien vende verduras afuera de mi edificio los viernes y de quien estoy enamorado. Murió parte del jardín en el que trabajé con un antiguo amor, que ahora es mi amigo. Murieron mis ganas de ser profesor, o tal vez mutaron a otras. Murió mi segundo intento de cultivar marihuana. Murió una chica que estuvo enamorada de mí. Murió una poeta que me gustaba mucho. Murió la gata de una amiga. Murió el amigo de un ex pololo.
No estoy seguro de si esta lista de muertos logrará representar de manera fiel lo que ocurrió en cada momento. Algunos han pasado hace años, y mi forma de enfrentarme a su recuerdo ya es distinta, más sosegada. Otros son más recientes y más difíciles de procesar. Imagino que los muertos, o la muerte misma —y nuestra perspectiva hacia ella—, cambian con el tiempo. Lo que antes era doloroso o traumático se va apaciguando, dejando espacio para otras ideas y sentimientos. Esto me lleva a cuestionar si la idea que tenemos de este hecho es, en realidad, tan fija como creemos.