Para mí, una de las sensaciones más gratificantes que existe es tomar café después de despertar. Me gusta por su sabor, pero sobre todo porque me da el tiempo que necesito para poder comenzar el día.
Una experiencia que se le equipara en términos de placer es la de leer un fotolibro. No por el fetiche o por el lugar privilegiado que ocupan en el living o la biblioteca de la casa, sino porque, a diferencia de todo lo que vemos en internet, nos permite acercarnos a la fotografía. Nos da tiempo para contemplarla. Para vincularnos con ella.
Es una sensación similar a la que vivimos en un museo cuando nos tomamos el tiempo para estar ahí. Cuando podemos disfrutar cada obra por un rato largo.
Texturas, gestos, emociones. Eso para mí resume el instante en el que estás parado frente a una pieza artística que de alguna manera te hace repasar tu propia biografía en relación a lo que se presenta ante ti. Recordar, y eso significa pasar por el corazón.
Esta experiencia es totalmente distinta a lo que ocurre cuando vemos fotos en internet, incluso en sitios especializados, como Aperture. ¿Por qué? Porque no dialogan unas imágenes con otras; no logramos entender sus capas, no sabemos cómo están dispuestas en el espacio y tampoco tenemos claridad si existen intermedios, si necesitamos tomarnos respiros.
Las plataformas sociales son un aporte a la experiencia visual, pero no a la experiencia de enfrentarse a una narrativa fotográfica. Pinterest: precioso, pero bordea un exceso de belleza que a ratos abruma. Instagram: una cadena eterna de días buenos de gente que lo pasa demasiado bien.
En la amplia oferta de contenidos, que a veces excede nuestra capacidad de observación, no nos queda espacio -ni emocional, ni temporal- para encontrar ese pequeño lugar que nos remueve cuando vemos una obra. Pero una forma de evitar este vacío es lo que hace Mack, editorial que considero punta de lanza en arte contemporáneo. Desde Londres, imprimen al mundo casi 40 fotolibros al año de los autores más importantes del último tiempo, como Luigi Guirri, Alec Soth, Stephen Shore y Jess T Dugan, entre otros.
Su énfasis son relatos cotidianos, autorales y sensibles donde se abordan temas como raza, transexualidad y sociedad, pero también conectan con cosas simples como las playas europeas y sus habitantes. Parte de su estrategia es generar un clip de video para todos los libros que editan, donde presentan la obra completa, página por página. Aún así, al ver los videos siento que es como tener todo lo que quiero, pero de lejos. Y no me sirve esa distancia.
Me gusta tener libros por el espacio de contemplación que otorgan. Ese tiempo que nos regala el quedarnos cuánto queramos en cada página, sentados, con la sola intención de entregarnos por completo a la emoción.
Parte de esta experiencia, y posterior reflexión, fue abordada por dos investigadoras en el Norte de Inglaterra: la diseñadora editorial Dominique Fletcher y la performer Bridget Fiske, quien exploró los alcances del movimiento a la hora de asir un fotolibro. Juntas buscaron sumergirse en el estudio de la práctica de la lectura, y el resultado es “And Hold”.
Desde una perspectiva de investigación fenomenológica, Fletcher identificó la conexión entre movimiento y el proceso de lectura para diseñar y coreografiar un libro sobre la experiencia física de esa misma lectura. Tan obsesionada está con este tópico que en Printing Plant Art Book Fair, una de las ferias de fotolibro más importantes de Amsterdam, formó parte de un panel de reflexiones en torno a la “anatomía y la fisicalidad del libro”.
Según han explicado ambas autoras, dentro de la discusión parte importante fue detenerse en el cuerpo y sus movimientos, reflexionar respecto del espacio físico que uno ocupa al momento de leer y entregarse a la lectura, y lo colaborativo que surge cuando el trabajo se torna interdisciplinar. “Mi proceso de diseño incluye la creación de asociaciones creativas cercanas entre yo y los colaboradores invitados para construir experiencias de lectura multifacéticas e inmersivas”, señala Fletcher.
A través del proceso de colaboración, Fletcher y Fiske pudieron identificar las múltiples conexiones entre el diseño y el proceso coreográfico, dando cuenta de la capacidad de los libros para comunicarse más allá del contenido.
¿Es en este despliegue físico que se cala lo sensible?
El abrir los brazos, posiblemente nos conecta con abrir otros espacios más abstractos de nosotros mismos.
¿Es la calma el terreno propicio para poder permearnos de lo que observamos?
Creo que la respuesta es sí.
La invitación es a participar, sostener, sopesar y habitar el fotolibro como una forma de dejar pasar el arte por nuestros huesos y por nuestra vida. Es hacernos parte de esa danza intensa y sensible que sucede en el proceso de lectura, donde, tal como cuando bailamos, logramos conectarnos con lo que nos pasa dentro.