El poder de las arpilleras

23.10.2023
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Propuesta por la Bienal de Arte Textil (BAT) en el marco de la conmemoración de los 50 años del golpe cívico-militar en Chile -y producida gracias al Centro Cultural La Moneda-, la exhibición Hay olvidos que queman y memorias que engrandecen reúne 18 arpilleras de la colección del Museo de la Solidaridad Salvador Allende (MSSA) y nueve obras contemporáneas realizadas por artistas de la Casa de la Mujer de Huamachuco II de Renca. 

El objetivo principal de esta exposición -que se realiza del 12 de septiembre al 12 de noviembre en el CCLM-, es comprender el significado de estos objetos de producción simbólica y reflexionar cómo las arpilleras -tanto las producidas durante la dictadura, como las actuales-, tienen la capacidad de generar propuestas sociales y políticas. Porque no se limitan simplemente a ser un objeto testimonial. 

Estas piezas, elaboradas a partir de la unión de retazos de tela bordados sobre yute, son de las expresiones visuales más importantes de la historia del arte chileno.

Y es que la protesta y el homenaje a los caídos se escenifica mediante el trabajo de mujeres que, además de comprometerse en la ejecución de sus obras, se integraron en la esfera pública asumiendo un papel político y artístico colectivo.

La variedad de las texturas y de los colores de las arpilleras está dada por las propiedades de los materiales, la amplitud cromática de los retazos y la forma en estos que se entrelazan, combinan y yuxtaponen entre sí, y son parte de los aspectos más creativos. Las piezas de la colección del MSSA poseen el misterio de todas las arpilleras de la época; tuvieron una fuerte circulación en el extranjero y se integraron a este acervo tras el retorno de la democracia, por lo mismo autorías, fechas y otros datos de las obras son difíciles de precisar. Las piezas contemporáneas también son obras que trabajan por los derechos de los sectores más desposeídos, y siguen siendo producidos en comunidades de mujeres. Esa es una verdad que engrandece.

Según la investigadora Catalina Larrere, las arpilleras han representado diversas funciones a lo largo de su historia: desde ser un “medio de terapia” hasta un “taller laboral”, evolucionando luego hacia un poderoso “medio de protesta” y tildadas por el régimen de “tapices subversivos”. La contundencia material, simbólica y política de las arpilleras evita una revictimización de las autoras, mientras que la protesta y el homenaje a los caídos se escenifica mediante el trabajo de estas mujeres. 

Josefina de la Maza ha realizado el estudio más preciso respecto a la relación de las arpilleras como objeto artístico, su implicancia como lenguaje para la historia del arte y los referentes principales para su popularización nacional e internacional. Violeta Parra es un ícono, sin duda, así como también las Bordadoras de Isla Negra. Estas últimas tuvieron una gran exposición en 1966 en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde presentaron 80 piezas, mientras que Violeta Parra popularizó esta técnica tras su exposición en el pabellón Marsan del Musée des Arts Décoratifs en el Palais du Louvre, entre abril y mayo de 1964. “Las arpilleras son canciones que se pintan”, dijo. 

Según autoras como Marjorie Agosín, el arpillerismo es una manifestación artística únicamente chilena, pero vinculadas a otras prácticas de memoria y ejecución artística, como los edredones en la lucha contra el VIH, las alfombras afganas, los tejido peruano de Soweto o los ejecutados durante la guerra de Vietnam.

En ellos, la iconografía de la guerra se despliega y traduce entre hilos, agujas y telas. 

El primer taller de artesanías, en 1974, lo hizo Valentina Bone con el Comité Pro Paz para mujeres víctimas de la desaparición forzada y por el desastre económico provocado por la dictadura. Ella, de formación en Bellas Artes y pedagogía, mezcló dos técnicas que se desplazaban del arpillerismo tradicional; las Molas, piezas tradicionales de Panamá y Colombia, y el patchwork. “Era dramático ver cómo lloraban las mujeres mientras cosían sus historias, pero también era muy enriquecedor ver cómo de alguna manera el trabajo también proporcionaba felicidad, proporcionaba alivio”, dijo Bonne. 

El taller colectivo y compartido se volvió un espacio de militancia del derecho a la vida y a la libertad de pensamiento. Estos lugares permitieron también la politización de las mujeres, porque allí compartían su realidad, atravesada por los vejámenes del Estado. Allí pudieron desarrollar obras fuera de la censura y la persecución. Allí no había jerarquías, algo muy parecido a lo que ocurre en las agrupaciones contemporáneas. La mayoría de las mujeres ya sabían bordar o tejer y quienes no, eran apoyadas por las otras. Se consensuaban los temas y los materiales se compartían. 

La Vicaría de la Solidaridad, continuadora del Comité de Cooperación para la Paz -que funcionó entre 1973 y 1975-, entró en funciones el 1 de enero de 1976 por las gestiones que realizó el Cardenal Raúl Silva Henríquez ante el Papa Pablo VI. Por la profundización de la crisis económica en dictadura y el desempleo de miles de hombres, varios grupos de mujeres desarrollaron esta técnica con el fin de vender las obras en Chile y el extranjero. Paulina Waugh, secretaría de comunicaciones de la Vicaría, fue fundamental en la difusión de las arpilleras tanto dentro del país como en el exterior, además de las ventas gestionadas por ella y su hermana Carmen. 

Las arpilleristas armaron sus relatos utilizando y aplicando desechos y retazos de géneros, telas en bruto y otros materiales como lana, pedazos de diario y de envases, papel, cartón, metal, plástico, cuero, con el propósito de armar y componer pasajes de su realidad.

Las mujeres se reunían tres veces por semana en las parroquias de sus poblaciones, y la mayoría de su trabajo fue exportado clandestinamente por la Vicaría y fundaciones como Terres des hommes. El éxito de la obra llamó la atención del entonces director de la CNI, el general Odlanier Mena. Y es que las arpilleras, desde un trabajo subterráneo y marginal, disputaron la hegemonía cultural de la dictadura en contra de la estructura social impuesta. 

Las arpilleras son ejemplo del coraje. Mientras que las piezas son un testimonio de la resistencia femenina y los crímenes cometidos en Chile, Hay olvidos que queman y memorias que engrandecen es un homenaje a quienes fueron víctimas de la dictadura, a quienes no están y los que resistieron pidiendo justicia. 

Escrito por

Matías Allende Contador es investigador, curador de arte contemporáneo y Doctor (c) en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile.

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