Estoy leyendo uno de los libros más vendidos de los últimos años. Fue escrito por un hombre y habla de la historia de los hombres. En verdad del homo sapiens, pero siendo honestos, cuando se habla del homo sapiens se habla del hombre. No importa, las mujeres estamos acostumbradas.
Ya nos hicimos el hábito de auto incluirnos en la línea de la historia. Mentalmente dibujamos nuestro propio trazo invisible por ese largo recorrido de siglos. Sabemos que esa evolución de la especie homo —que en latín significa hombre—también es la nuestra. Aunque permanezca muda, no lleve nuestro nombre ni haya sido narrada por nosotras.
El antropólogo hombre al que leo cuenta los hitos que hicieron posible la evolución del hombre. Y es fascinante. Desde su aparición biológica va predominando por sobre otras especies, hace viajes para poblar nuevas tierras, pasa de cazador recolector a agricultor ganadero, inventa el trueque, luego el dinero. Y con eso; la ambición, la conquista, las guerras. La dominación de unos sobre otros. Lo más fascinante de esta historia de hombres es que ninguno de estos hitos hubiera sido posible de no haber experimentado la “revolución cognitiva”. O, en términos más simples, el maravilloso descubrimiento de la ficción. Solo al entender que podíamos relatarnos historias fuera de nuestra realidad cercana, fuimos capaces de conectarnos unos con otros en grandes masas y a profundidad. Eso fue lo que hizo fuertes a los hombres; los mitos, las creencias, la religión, la política, la historia. Y por supuesto: la literatura.
Con la literatura pasa un poco lo mismo que con el homo sapiens; su historia, la que nos enseñan, ha sido vista, protagonizada, narrada y basada mayoritariamente por hombres. Los grandes libros del canon literario que estudiamos, los personajes inspiradores de la literatura universal, se refieren y fueron escritos por hombres. La Biblia fue escrita por un hombre, sus personajes son hombres y fue inspirado por un Dios, que es hombre. La Odisea y La Iliada fue escrita por hombres, y cuenta los viajes y guerras de hombres con hombres. Platón, Aristóteles, Hipócrates, Cicerón; le hablaron a hombres sobre las cuestiones de los hombres. Dante, Petrarca, Maquiavelo, Copérnico; clamaron a hombres las elevaciones de otros hombres. Descartes, Cervantes, Quevedo, Góngora… No seguiré con la lista para no aburrir y porque todos sabemos cómo continúa. Aunque de vez en cuando, Safo. Por ahí, asomándose, Sor Juana. A veces como que no quiere la cosa, la Virginia Woolf. No importa, las mujeres estamos acostumbradas. Ya nos hicimos el hábito de auto incluirnos en la historia de la literatura. Mentalmente escribimos nuestras propias letras invisibles por ese largo recorrido de libros.
Ese no vernos, no conocernos, no comunicarnos entre nosotras nos ha mantenido silenciadas, solitarias, disgregadas, débiles. Afortunadamente, gracias a la lucha de las mujeres de los últimos siglos, nuestra voz secreta e interior ha empezado a alzarse, se ha puesto a escribir, a publicar, a debatir, a crear. Porque sí nos importa; queremos revisar, redefinir, reescribir esa historia. Para que las mujeres que nos continúen, cuando lean un libro sobre la historia de la humanidad, puedan leerse en esa evolución. Para que la realidad de su vida tenga muchas más autoras y ficciones femeninas de las cuales inspirarse. Para ahondar por fin, a nuestra manera, en esa revolución cognitiva. Para traspasarnos ese mensaje unas a otras. Para empezar a dibujar, por fin, un trazo grueso y visible en la línea de la historia. Para unirnos, expandirnos. Para hacernos fuertes.