Escribir la violencia de género

12.12.2023
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Cuesta separar la obra del autor, sobre todo si se trata de tu propia obra.

Cuando pienso en mis cuentos y los releo, los veo como un entramado de experiencias personales, diálogos reales e inventados y técnica literaria. Ambientes que recogen la subjetividad de los personales que los habitan; voces indirectas, estructuras que rompen la cronología de la historia, uso estratégico de silencios y vacíos para generar derivas y finales desconcertantes. Todo esto convertido en una ficción.

Reinos fue el resultado de años de escritura en talleres literarios. Ideas que surgieron de pies forzados que, a punta de reescritura, se transformaron en cuentos. Algunos nacieron a propósito de historias interesantes: mi hermana durmiendo en el sillón de su cuñado para acompañar a la nuera embarazada, ¿y si ese hombre odiara a su mujer? O de la lectura de un reportaje universitario sobre adolescentes mapuche clandestinos en la Araucanía, ¿y si viviese alguno una tragedia amorosa? También son sobre mis complicadas e inmaduras relaciones, narrados en voces de algunos amigos que me rodeaban en un ambiente universitario donde el machismo convivía con la violencia sexual. Hoy no me sorprende que esas voces estén cargadas de misoginia. 

Recuerdo la preocupación por retratar violaciones y temer que se leyera como una ofensa o que se pensara que yo escribía de eso porque lo defendía. Muy por el contrario; escribirlo ayudó a poder ver que eso pasa. La crudeza de lo escrito, sin límites morales, visibilizó una violencia de género desde una perspectiva femenina, personajes que sobreviven a la despersonalización al contarse a sí mismos lo que hacen, lo que piensan y lo que desean.

La intimidad espeluznante del trauma.

¿Quería hacer una declaración de principios o un libro de denuncias? No. Yo quería escribir historias interesantes de personajes ambiguos sexualmente y con una moral ni única ni unívoca. Lo hice sin darme cuenta, y fue la lectura de los otros la que me lo reflejó. Ahora puedo verlo. Y por lo mismo, he articulado mi respuesta acerca de cómo representar la violencia de género en la literatura. 

Borges, uno de mis cuentistas favoritos, en El camino de los senderos que se bifurcan da una máxima de la narrativa: no debe ser evidente el tema. Si este es sobre el tiempo, no puede contener esa palabra. Otra forma de decirlo: la literatura debe mostrar realidades que se construyen por medio de la palabra, no nombrarlas. Se escribe sobre violencia enfocándose en la experiencia corporal de sufrirla y en sus consecuencias emocionales, algo francamente duro de hacer y más desafiante para la escritura. Pero por supuesto que esto es una elección, como lo son también los amigos. 

Yo elegí escribir sobre “una” en vez de “uno” y así visibilizar mi experiencia como mujer disidente. Con el tiempo aprendí que ese era un gesto feminista, porque enfrenta el lugar de silencio que se impone tradicionalmente a las mujeres.

Una mujer que se vuelve autora trabajando voces femeninas que problematizan las condiciones sociales y sexuales en las que vivimos las mujeres es la pesadilla del patriarcado. Por eso la literatura ha sido esencial para el desarrollo del pensamiento feminista, desde Sor Juana Inés de la Cruz en adelante.

A 10 años de la publicación de su primera edición -y con una segunda recientemente lanzada por la editorial Overol-, Reinos ahora es un libro que se presenta con una identidad LGBTQ+ y feminista. Para muchos, según me han dicho, es una suerte de “clásico”. Quizás porque retrata las realidades de “la mayoría” o porque sus lectores son mujeres y disidencias. Quizás porque es un libro que trata de amor. Hasta antes de que lo volvieramos a publicar, creía que su valor sólo tenía que ver con su calidad artística, subestimando la politicidad de mi propuesta. Pero, ¿cómo iba a considerar mi obra feminista si yo ni siquiera lo era? Felizmente, el #Metoo y el Mayo feminista de 2018 no pasaron en vano.

Escrito por

Romina Reyes Ayala es escritora. Escribe sobre relaciones de amor y amistad cruzadas por la -muchas veces- desalentadora realidad chilena. Las voces femeninas son su especialidad.

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