El año 2017, el arquitecto Manuel Peralta Lorca invitó al artista Sebastián Preece “a darle carácter” a un conjunto de galpones en Independencia.
La idea era marcar el lugar con una obra de arte. Y Preece, que ha abierto huecos en espacios precarizados durante años, aceptó.
Cuando desplazó, por primera vez, la puerta de uno de los galpones menores que se ubican al oriente del pasaje, descubrió solo escombros. “Lo primero que hice fue limpiar. Empecé a barrer, a barrer, a barrer. Hasta llegar al cemento”, recuerda. La tierra, el polvo y los desechos los fue acumulando en una esquina, porque no los consideraba residuos, sino parte del espacio. Siguió barriendo hasta que empezaron a aparecer el cemento y las marcas en el piso de las antiguas máquinas que ocupaban el lugar.
Cuando nos conocimos y conversamos, le pregunté por qué le gustaba barrer. Él me respondió con una contrapregunta: “¿Cómo por qué?”. Lo cierto es que me gustó su respuesta. No era que estuviera a la defensiva (podía estarlo, nos veníamos conociendo), sino que entendí que era, en sí, una metodología de pensamiento y, de paso, algo que yo nunca me había cuestionado. ¿Cómo por qué? Luego me explicó que le gustaba el ejercicio de remover todas las capas que no le son propias a algo. “Hasta encontrar lo original”.
Bajo el piso del galpón, había varias capas de cemento; aperturas, grietas y huellas geométricas de las viejas máquinas que alguna vez se posaron ahí. Todas le parecieron importantes, así que las dejó a la vista y desmontó los parches plásticos de las cerchas en el techo y las reubicó como si fueran capas de piel. Ahí sintió que aparecía, por primera vez, el espacio íntegro de ese galpón. Por esa misma época, yo recién comenzaba a entender, después de varios años de terapia y toda una vida de negación, mi propia identidad. Había conversado con mi terapeuta sobre cómo la dimensión de género siempre había sido problemática en mi trayectoria y estaba intentando encontrar las mejores palabras para contárselo a otras personas. Quería explicarles a los demás que yo era mujer. ¿Cómo? ¿Por qué?
En 1969, Michael Foucault propuso pensar en la arqueología como un método de investigación. El filósofo francés pensó en una “caja de herramientas” con prácticas discursivas para el análisis de objetos y sujetos. Algunas herramientas del corpus arqueológico de Foucualt son el análisis de los enunciados, las formaciones discursivas, las discontinuidades, las rupturas y el límite que prescribe una idea. Por eso, cuando Sebastián Preece me respondió ¿cómo por qué le gustaba barrer?, recordé esta arqueología del saber. No sólo por la imagen del artista extrayendo las capas de materia acumulada por el tiempo para develar lo cierto, lo real, lo original, sino también porque su lenguaje tenía la potencia de interrumpir la línea tradicional de pensamiento y hacer aparecer algo nuevo.
Entre ellos se dio un cruce que involucraba escultura, arquitectura e intervención artística. En noviembre de ese año, inauguraron la muestra Falling Water, donde Sebastián presentó su obra Precipitar (2018-2019) que consistió en instalar dispositivos de riego automático en las aperturas del techo del galpón principal y hacer que lloviera. Por esas aperturas, a medida que caía una suave llovizna, se iluminaban los gruesos haces de luz que atravesaban el vacío del interior y emergía una dimensión híbrida entre vacío y espacio, realmente espectacular. Yo me demoraría años en encontrarme por primera vez con una imagen de esa obra, pero lo cierto es que la exposición existió. Las imágenes de la muestra circularon bastante. El lugar fue visitado y apareció en varios medios de prensa.
Según Ignacio Szmulewicz, se trató de una muestra que convirtió a sus visitantes en “especies en peligro de extinción en medio de un herbolario amazónico post apocalíptico” (Szmulewicz, 2020). Y así, con ese hito, comenzó la nueva vida de esos viejos galpones “reconvertidos en inmensas naves, abiertas a la espera de ser llenadas con el aura de experiencias artísticas”, como dijo Szmulewicz. La primera foto que Peralta y Preeece subieron a su cuenta de Instagram (@_unespacio) fue una imagen tomada al interior del galpón principal, por Bruno Giliberto. Ahí se ve un espacio sereno e intrigante que ocupa todo el encuadre. Según el statement que ellos mismos redactaron, el proyecto se define como un espacio para la arquitectura y la escultura contemporánea, abierto a la investigación y a la práctica crítica de estas disciplinas en la ciudad.
Terminó el 2018 sin que pudiera decírselo, pero ese fue el último año que viví como hombre. Mientras, Sebastián Preece se apropió del pequeño galpón oriente donde había barrido y dejó expuesta una tremenda grieta en el piso que da acceso. Hay fotos de ese galpón desnudo en el Instagram de Unespacio. Tras la gran grieta, se ve un solitario muro blanco que marca el centro del galpón, en el que se proyectan las sombras y luces de la apertura que le hizo a las cerchas.
Ese verano empecé a tomar hormonas, hice un viaje con mi mejor amiga y le conté a mis hermanas cuál era el género, pronombre y nombre con el que me identificaba: se los dije una mañana en que fuimos al cementerio a dejarle flores a la tumba de mi papá. Por mientras, Preece instalaba un sistema de regadío similar al de Precipitar en su propio galpón y, de a poco, empezaron a aparecer matas verdes entre las grietas. Lo primero que creció fue un tomate.
El año 2019, en Unespacio hubo una performance de sitio específico de la sociedad artística Bolgeri & Marin, y yo comencé mi tránsito. Fue el estallido social. Muchas cosas empezaron a agrietarse. Hay una foto que tomamos el día de mi cumpleaños con una amiga en la península de Yucatán en la que estoy bajo un cartel que dice: You are your only limit. Ya estoy con las piernas depiladas y me han empezado a crecer las pechugas. Con la suave llovizna del riego artificial y la luz natural, en el galpón de Sebastián empezó a crecer un jardín. Con malezas, malvas y hasta un helecho. Sebastián cree que los chincoles han contribuido a hacer el paisajismo del lugar. Con el tiempo, he ido descubriendo qué me gusta y qué no. Cuestiones básicas de la identidad que nunca me pregunté. ¿Cómo por qué nunca antes?
El proyecto Unespacio se ubica en la comuna de Independencia, dentro de un cité de galpones que suman 4.500 m2 y que fueron construidos, originalmente, para talleres de manufactura de telas y fabricación de muebles de madera. A mediados de los años 90, estos galpones finalizaron su actividad productiva y comercial y ahora acogen las iniciativas de Peralta y Preece. Han pasado cuatro años desde que se inauguró y yo vi, al pasar, en una de esas navegaciones sin rumbo por Internet, una foto de Precipitar tras uno de los largos periodos de cuarentena. Me quedé mucho rato observándola, me impresionó como cada una de las unidades de la llovizna seguía una trayectoria, acompasada en su caída, por la luz. Percibí una proximidad a mi propio cuerpo generada por la idea de esta aparición material de la luz, a través de la llovizna.
En la academia, el giro afectivo que comenzó a principios de este siglo, nos recuerda la capacidad de los cuerpos de afectar y ser afectados. En ese sentido, releva un movimiento hacia y desde el cuerpo como generador de afectos. Puedo decir que cuando vi esa obra de Sebastián Preece me sentí apelada, conmovida e inquieta. La teoría de los afectos dice, entre otras cosas, que los afectos constituyen el centro del conflicto humano en su registro atómico. Esto es porque estamos impactándonos entre unos y otros todo el tiempo. Y el llamado del giro afectivo es a reparar en ese impacto a través de la observación de lo que nos pasa por el cuerpo.
Cuando conocí a Sebastián Preece y estuve en Unespacio por primera vez, comprobé que ver una foto de la obra no es lo mismo que estar en la obra. Ahí se abren múltiples dimensiones que pasan por el cuerpo y que complejizan y hacen todavía más hermosa la pieza. El lugar tiene su propia temperatura, recibe la manera de una luz especial. Los chincoles le dan un sonido a un jardín, que en imágenes sería absolutamente silencioso.
Foucault entendió el saber como una suerte de pensamiento que atraviesa todo lo social y se encuentra ligado a una cultura, articulando distintas prácticas discursivas que entre sí guardan una relación de ruptura o de continuidad. Para él, el saber es un determinado ordenamiento de las palabras y las cosas, que articula incluso los aspectos más insignificantes de la vida cotidiana, de sus prácticas, como la sexualidad, el placer, el cuerpo e incluso el uso del tiempo. No hay que entender el saber como un conocimiento o una teoría sobre un objeto; por el contrario, es él el que da las posibilidades históricas de todo preguntar, el que da las posibilidades epistemológicas de toda formación de un objeto (Gómez, 1989: 110).
En la práctica, lo que hizo Preece fue pasar tiempo con este lugar. Observarlo y finalmente construirle un antejardín al centro de documentación que está al centro del galpón. Ahí es donde vamos a tener una conversación el sábado 15 de octubre. “Lo que ha marcado este lugar es su condición transitoria, que nos vayan a echar de aquí. Pero al mismo tiempo, ese límite constante que nos ha impuesto el espacio me ha hecho bien”, dice Preece. “Ha hecho que el jardín haya crecido con libertad y naturalidad”. Sebastián dice que, después de cinco años trabajando aquí se acompasa y se relaciona afectivamente con el jardín. Lo que me hizo pensar en una de las frases más radicales que dijo Clarice Lispector: “La trayectoria somos nosotros mismos” (Lispector, 2001: 154).
Antes de terminar la conversación que tuvimos con Preece cuando nos conocimos, le pregunté si el jardín era él o ella. Y se quedó pensando. “Veámoslo”, dijo. Como si no dependiera de él asignarle un género a la obra, sino que fuera ella misma –con el tiempo– quien lo va a develar. Alrededor del jardín, como custodiándolo, hoy hay ramas que se secaron, semillas que se dispersaron y están las colecciones que el artista ha realizado desde hace años. Hay trozos de vidrio, fragmentos de muros, piedras. Todos revueltos. Estar aquí me hizo pensar que es la propia interioridad del espacio la que provoca que el cuerpo se haga consciente de sí mismo. “El jardín tiene la misma edad que mi hija menor”, me dice Sebastián. “Y cuando sientes que estás compartiendo una vida con algo, es parecido a una relación amorosa. Lo que duele es despedirse”.
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Bibliografía
Gómez Pardo, Rafael (1989). “Introducción a la crítica de la arqueología de Michel Foucault”. En Ideas y Valores, 38 (79), 107–122. https://revistas.unal.edu.co/index.php/idval/article/view/21769
Lispector, Clarice (2001). La pasión según G.H., Traducido por Alberto Villalba, Barcelona: Muchnik Editores.
Szmulewicz, Ignacio (2020). “De la Chimba a la Ciudad Jardín. Un_espacio y galería Patricia Ready”, en La Panera #121, Noviembre 2020.