“Para salvar algo del tiempo en el que nunca volveremos a estar”.
(Annie Ernaux, Los años)
Un día antes de que se celebrara el lanzamiento de la novela Inacabada en el GAM, llegué desde Berlín a Santiago de Chile. A pesar de no haber podido leer el libro antes, me conmovieron las palabras iniciales de su autora; Ariel Florencia Richards. Esto no fue porque le tengo mucho cariño, sino porque demostraron ese entusiasmo, excitación y curiosidad que son naturales en las y los niños, y que a menudo desaprendemos y olvidamos al ser adultos.
Poco después de haber pasado una semana, compré el libro y lo leí rápidamente. En ese momento, tenía que escribir un texto científico, pero la novela me cautivó y no quise dejarla de lado. Leí la historia en el mismo lugar en el que fue escrita. Mientras Ariel viajaba a una conferencia para hablar sobre sus investigaciones, me dejó las llaves para vivir en su departamento.
Me acerco a la novela Inacabada (2023, Alfaguara) a través de mi lectura de varios libros de Annie Ernaux. Esta escritora francesa -que ganó el Premio Nobel de Literatura en 2022-, publicó su primer libro en 1974 y, poco a poco, se hizo famosa fuera de su país de origen. Pero fueron sus discípulos, Didier Eribon y Édouard Louis, quienes se hicieron más conocidos. Seguramente, su presencia en movimientos sociales y en redes sociales -tanto como la celebración pública de su vínculo, junto a Geoffroy de Lagasnerie-, influyeron en su popularidad. No obstante, lo que realmente importa es su escritura, la que está marcada por observaciones precisas sobre ella y la sociedad.
Los libros de Ernaux llevan títulos cortos y claros, tal como Una mujer, La vergüenza, Los años o Memoria de chica. Estos títulos son una suerte de ventanas, y resultan tan amplias que se pueden vincular a múltiples temas, más allá del eje central. Eso, en parte, es lo que siento que me permite acercarme a sus novelas desde mi punto de vista personal, que poco tiene en común con lo que la autora vivió y describió.
Después de la lectura, la palabra adquiere un valor –por lo menos, para mí–, bastante inesperado. Y es que se vuelve una expresión muy potente, porque la novela logra hacer evidente que lo supuestamente inacabado es una sensación positiva y que, además, casi todo lo que nos rodea no está completo.
En mi primer idioma, que es el alemán, inacabado se traduce literalmente como “unfertig” o “unvollendet”. Al escribir estas palabras, me doy cuenta de que dentro del segundo concepto está el adjetivo “voll”, que significa “lleno”. Entonces, ¿se nos quiere decir que algo inacabado no está lleno? ¿Quiere decir que está vacío? La definición ‘oficial’ de este palabra suena como si fuera algo terrible: “aquejado de debilidades, errores o deficiencias”. En español no resulta mejor. La RAE dice que inacabado puede significar “poner o dar fin a algo” o, aún más interesante, “matar” o “morir”. Esto adquiere sentido si pensamos en que cuando algo muere, se acaba la vida, lo que implica que ya no se pueda avanzar hacia ninguna dirección.
Según mi lectura, la novela de Ariel comprobó falsas estas definiciones. Y es que lo inacabado parece dejar espacio de desarrollo. Espacio para averiguar, para pensar a dónde ir. Lo inacabado no tiene un significado opuesto. No es lo contrario de completo. En cambio, es en los momentos transitorios donde se vuelve visible que somos seres vivos. Dudando, preguntándonos cómo seguir hacia delante y cómo volver atrás.
Tampoco de un desarrollo con un principio concreto y un punto final. Es el ser mismo con todos sus imponderables. “Transitar se le dice también cruzar […] todas acciones impulsadas por el movimiento” (página 156). Lo que queda claro es que los seres humanos somos inacabados.
En la novela, estas trayectorias sin fin son guiadas por las artes visuales, que enmarcan y cruzan la narrativa con una investigación realizada por Juana sobre obras que artistas no terminaron. Alice Neel, Cy Twombly, Pablo Picasso, Kerry James Marshall, Agnes Martin, Robert Smithson, Bethe Morisot, Robert Ryman o Auguste Rodin. Lo interesante, es que gracias a esta analogía uno se da cuenta de que resulta difícil decir cuándo una obra está inacabada. ¿Por qué quién decide esta condición?
Inacabada no es un retrato de clase ni de la sociedad chilena. No es una autobiografía ni es mera ficción. Por el contrario; pertenece a varias sociedades, queda abierta para la lectura. No trata solamente de una transición de género, no trata solamente del rol dentro de la familia, no trata solamente de los primeros vínculos afectivos, no trata solamente de lo no-dicho en las relaciones familiares. Va más allá.
Juana es una persona que transitó de un género biológico a otro. M es la madre que tiene la sensación de haber perdido su hijo, pero también es la sociedad que guarda un silencio ante un tránsito. Un aspecto primordial del tránsito que Juana experimenta, es un silencio brutal. M -no sabemos si la inicial indica un nombre o se debe a la palabra madre, otro aspecto en común con con la escritura de Ernaux-, no sabe o no puede conversar. Las dos al mismo tiempo son ‘representantes’ de generaciones, sociedades y vínculos familiares.
En Memorias de chica, Ernaux pregunta: “¿Cómo estamos presentes en la existencia de los demás, en su memoria, en sus formas de ser, en sus propias acciones?”. A esta pregunta, Inacabada entrega sus propias respuestas a través de una protagonista caracterizada por su profunda empatía, curiosidad y sensibilidad.
No conozco, ni voy a conocer, cómo es el tránsito de un género a otro o cómo es sentirse en un cuerpo que no te pertenece. Sin embargo, Inacabada invita a leer la historia a partir de las transiciones personales. La experiencia más transitoria que conozco es el traslado de un país a otro, de un continente a otro. Nací en Alemania, soy alemana como mi familia entera, y a los 19 años me fui a vivir por primera vez a otro país. Cuatro años más tarde, lo volví a hacer y llegué a Chile. Nunca me permití considerar estos movimientos como una transición. Pero ahora, gracias a Inacabada, tengo una expresión para detallar la sensación de un cambio constante. De sentir pertenecer a dos mundos a la vez y de tener personas cercanas que nunca van a entender lo que eso significa. “La ciudad en la que la muchacha había vivido ya no existía, su imagen había sido reemplazada por otra, que a su vez sería pronto reemplazada por lo que vendría. Y así sería permanentemente. Negarse a verlas era seguir aferrada al pasado” (página 152). Por eso no me quedo quieta, el movimiento es lo importante.
“La narración es móvil, porque voces distintas quieren contar. La narración es inacabada, porque hay quiebres en las narrativas”, dice la publicista y filósofa alemana Carolin Emcke de su ensayo Confianza o narrar a pesar de todo, donde subraya la necesidad de medios de expresión y formas de verbalizar distintas experiencias.
Son saltos de la memoria, la protagonista no se queda en este pasado atrapado. “Para Juana, los tránsitos no terminaban, solo se iniciaban. Eran trayectorias sin fin” (página 155). Esta reflexión demuestra las dudas, las incertidumbres y los propósitos que tenemos y que no cumplimos.
Como aparece en una de las viñetas de Liniers “Cuando un buen libro termina, no se acaba, se esconde dentro tuyo”. Llevaré Inacabada conmigo a Alemania, a mis próximas lecturas, a las observaciones sobre mis relaciones sociales. Es una ola que produce más olas.