El primer párrafo de la página de Wikipedia dedicada a Robert Smith dice lo siguiente: “La revista de rock NY Rock lo describe como el descuidado hijo iconoclasta de la cultura pop del pesimismo, y afirma, además, que sus canciones son de una introspección sombría y plagadas de guitarras melancólicas”.
Lo entiendo y no me extraña lo que dice. Pero, paradójicamente, la que para mí es la canción más feliz del mundo, fue escrita por él.
Ha habido shows de The Cure en los que Smith ha abandonado el escenario emocionado hasta las lágrimas, lo que no sorprende si se piensa que es el alma sensible detrás de canciones como A Night Like This, To Wish Impossible Things o Apart. Pero lo bello es que es al mismo tiempo capaz de crear obras que transmiten exultación pura, como Mint Car, que desde su grito inicial entusiasma.
Demasiada categorización es un problema para mí. Cada vez lo pienso más, porque cada vez lo veo más. Hoy en día, todo entra en una cajita más chica y específica. Y eso no me acomoda nada. Me cuesta, me limita, me complica. Me hace sentir torpe, menos libre.
Me gusta saber que me puedo arrepentir, que puedo cambiar. Que los conceptos no me esclavizan.
Oh I almost can’t believe that it’s for real, so pinch me quick / I really don’t think it gets any better than this
Las palabras son poderosas y tienen la capacidad tanto de abrir mundos como de generar fronteras. Logran demarcar y crear confines. Por eso su buen uso es hermoso, pero también delicado; pueden tanto emancipar como coartar.
Clouds drift by and everything is like a dream / It’s everything I wished
El título del disco en el que aparece Mint Car lo dice todo: Wild Mood Swings. Robert Smith tiene el derecho a la euforia y a la caída sin tener por qué ser clasificado o etiquetado, al igual que todos nosotros.
Never guessed it got this good / Wondered if it ever would / Really didn’t think it could