Trabajo escribiendo. Para medios, para mis libros, para libros de otros.
Y en el último tiempo me he encontrado bastante seguido con la siguiente advertencia: “es mucho texto”. De hecho, como feedback en uno de estos trabajos, me escribieron la sigla TLDR encima de una página de un libro que estoy haciendo como ghost writer. Es un libro de fotografía, dicho sea de paso, con poco, muy poco texto. Confieso que tuve que googlearlo porque no sabía a qué se refería.
Así me enteré que TLDR significa too long; didn’t read, que en español es: ”demasiado largo; no lo he leído”. Esta es una jerga que se usa en Internet para señalar que un texto ha sido derechamente ignorado por su extensión. Definamos largo, porque tampoco era La Guerra y la Paz: eran cuatro párrafos seguidos. Según Wikipedia, la sigla también se usa para pedirle a quien escribe que, cuando redacte un texto “muy” largo, le haga el favor al lector de incluir un resumen de una línea.
Actualmente, esto también pasa en el periodismo. Las pautas de escritura pensadas en atraer clicks se basan en reducir y fragmentar los textos lo más posible, llenar de negritas, subtítulos, fotos y de todos los recursos visuales habidos y por haber para hacer que el lector no se agote, que no pierda la atención entre tanta palabra. No se puede ya escribir “mucho texto”, así que allí estamos los periodistas intentando con un título que venda captar esa audiencia dispersa para no quedar sin lectores, sin trabajo. Esto ha afectado especialmente a la prensa escrita, que hoy se basa en la fórmula del título anzuelo tipo Un meteorito podría chocar con la tierra en 100 años o El consumo de las papas fritas produce depresión, seguido de una bajada sensacionalista que todo sugiere y nada explica, para terminar en un texto decorado con flores y fuegos artificiales que aunque poco dice, espera con fe que alguien lo lea hasta final. El problema de esto es que casi nadie llega a ese final. En definitiva, tanto quienes escribimos como quienes leemos vivimos sujetos a “la dictadura del clickbait”; nos quedamos con un título y una bajada, pasamos por encima de ese texto maquillado y lo que realmente absorbemos de esa lectura a medias es escaso, parcialmente cierto y tan poco contundente como almorzar una galleta de arroz.
Es cierto que no toda la prensa escrita es así. Seguimos teniendo investigación, crónicas, columnas y editoriales donde aún se aprecia el texto sin interrupciones. Pero si bien es cierto que aún podemos leer, entre las notas de papas fritas y meteoritos, una columna literaria de Leila Guerriero, por ejemplo, los medios están peligrosamente adoptando formatos abreviados y fragmentados, porque sus financiamientos dependen de ese click. Y en medio de una crisis donde cada vez existen menos espacios para la escritura, esta fórmula de fragmentación y challa amenaza con relegar los textos “too long; didn’t read” a sitios de nicho donde los que realmente read son los mismos que escriben.
Puede que la literatura y el periodismo literario encuentren siempre su espacio, pero no solo de literatura viven los lectores; las noticias, las crónicas, la divulgación científica o de historia, ¿no merecen acaso también de la lectura extendida, fluida, pausada y bien escrita? Pareciera que estamos mirando los textos como imagen.
Así, terminaremos leyendo aire.
Esto no se queda en el periodismo. Las editoriales y los lectores hoy por hoy agradecen los libros narrativos cortos, novelas fragmentadas y relatos breves: un objeto liviano que puedan leer de a sorbos en no más de una semana (yo misma escribo así). Porque ya es poca la concentración y el tiempo que nos queda, y porque nos hemos acostumbrado a la rapidez de ese clickbait y de las redes sociales. Así, muchos libros de no ficción, de autoayuda, autobiográficos o incluso narrativos están siguiendo esta línea para acelerar su lectura y no perder audiencia. Además, no solo se escriben livianos, sino que se leerán cada vez más livianos. Hoy existen apps donde puedes subir un libro en pdf y pedirle que te lo resuma en dos líneas. Queremos leer así porque no hay tiempo, porque a la décima línea nos distraemos, nos aburrimos, miramos TikTok, vamos a la cocina a hacernos un café y luego olvidamos retomarlo. ¿Por qué leerlo completo si puedo pedirle a un robot el famoso TLDR?
Porque la experiencia y el conocimiento no pueden reducirse a dos líneas.
Puede que exagere y me haya por fin convertido en esa señora que critica el actuar de las nuevas generaciones y que los trata de flojos. Aunque me incluyo porque, como alguien que trabaja como periodista, he tenido la orden de escribir subtitulando, destacando e incluyendo links y fotografías para no quedarme fuera de los famosos clicks. Y cada vez me acostumbro más a escribir y a leer las noticias en ese formato. Siempre tendré la literatura, pero de cierta manera vivo el duelo de ver que la escritura ha comenzado a cansarnos los ojos y que el nuevo escribir es en verdad engañar al lector, llenarlo de trampas para que no se de cuenta de que leyó, para no agotarlo. De alivianar y alivianar y alivianar el contenido hasta volverlo tan etéreo y fragmentado, que no permanezca más que un momento en nosotros.
Me pregunto si alguien habrá leído hasta aquí.