Javier Correa

Pobre alma capturada por el marxismo

08.08.2024
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En su libro de memorias Indemne todos estos años, el crítico Camilo Marks explora entre el humor negrísimo, la rabia y el desparpajo su vida política y literaria, deteniéndose especialmente en su papel clave como abogado del Comité Pro Paz y la Vicaría de la Solidaridad durante la dictadura cívico-militar. Ahí, Marks comenta que el abogado José Zalaquett estableció en el Comité Pro Paz que la credibilidad sería la esencia de toda la documentación que proviniera del organismo. Lo fundamental era ser eficaz: se desterraba toda narración o historia desmedida, irónica, panfletaria o demasiado política.

El lenguaje debía ser escueto y sin estridencias. Lograr sutilezas rebuscadas, adaptarse siempre a lo condicional y denotar verosimilitud, a pesar de que la realidad diese cuenta de horrores indescriptibles. “Pienso que, en ese tiempo, y quizá hoy mismo, Zalaquett no era consciente de la manera en que imponía su modo de escribir, quiero decir, su modo de pensar, pues quienes poníamos por escrito la espantosa verdad éramos otros”, escribe Marks sobre esos años en que redactaba informes sobre “malos tratos sufridos por personas privadas de libertad”.

Rumiando esa incomodidad y luego de un exilio de cinco años en Londres, Marks volvió a Chile a principios de los ochenta a integrarse como abogado de la Vicaría de la Solidaridad. Menciono esto porque el crítico literario regresó a trabajar buscando ejercer a contrapelo de esa habilidad forjada por Zalaquett en el disuelto Comité Pro Paz. Si eran años de temor reverencial ante los jueces, Marks los trataba con gélida indiferencia, con altanería y sin preocuparse por su seguridad personal.

En sus defensas, el abogado dejaba fluir el lenguaje hasta desenredar las formas impuestas y abrazaba la estridencia. En esos tiempos en que el horror caía sobre el país como un río de montaña, Marks usaría el humor, el sin sentido. 

“Yo expresaba, por ejemplo, que era para mí una desilusión terrible defender a un terrorista cuyo único rasgo nefasto era llamarse Vladimir Ilich Cerda o, peor aún, Stalin Ojeda o incluso más terrible, Krupskáia Gutiérrez”, escribe Marks. Y continúa: “Así, ridiculizaba a mis patrocinados, me reía de mí mismo y hasta llegaba a afirmar que, gracias a la indomeñable y abnegada labor de la CNI, todos podíamos andar tranquilos por las calles al evitarse las siniestras maniobras del Frente Patriótico Manuel Rodríguez”.

Si defendía a una frentista, le preguntaba al juez si era un peligro para la sociedad una procesada que “había ingresado a esa organización tenebrosa sólo por ser víctima del amor”. En cambio, si ejercía la defensa de personas sorprendidas fabricando bombas molotov se cuestionaba qué tan justo era que estuviesen presos por “no saber las cantidades exactas de aserrín, parafina y detonante que metían en las botellas y ampolletas usadas”.

Cuando el humor no funcionaba y los jueces no entendían la ironía, tenía que aplicar altas dosis de histrionismo: “Debía ponerme serio, muy serio y hasta dar golpes de mano en el estrado y patadas en el suelo”.

Quienes tuvimos la fortuna de ser alumnos de Marks sabemos de su sentido del espectáculo y hemos escuchado estas historias de su propia boca. “Y argumenté que ‘esta pobre alma no tenía la culpa de haber sido capturada por el marxismo internacional’”, nos decía antes de mostrar esa sonrisa tan astuta como inocente.

José Donoso en el artículo “Parra: reniega del código, la mesa y el reloj”, incluido en la compilación El escribidor intruso: artículos, crónicas y entrevistas, escribió a raíz de que tanto la crítica como el círculo íntimo de Nicanor Parra no entendían el tono irónico de sus títulos, que “esta ironía, este humor, está muy lejos de ser una frivolidad, ya que es la caparazón en que va envuelta la crítica social, la angustia y el dolor de sus poemas”.

Algo de eso había en las defensas de Marks. Están en ellas el humor y la ironía como una ruta de desvío ante el espanto, la inventiva como una forma de rehuir de la locura y tratar de comprender el signo de los tiempos. Por supuesto, el crítico literario no atravesó esos años tan indemne y, tal como contaría años después, luego de la dictadura vivió episodios de depresión severa por su trabajo en derechos humanos.

Hace unos años Marks me contó que un gran amigo alguna vez le dijo algo que no pudo olvidar: que cuando se estudiase su carrera literaria, la gente tendría que acudir al archivo judicial. O mejor dicho, buscar en la Fundación de Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad, donde sus defensas sobreviven como piezas de un rompecabezas urgente y doloroso. 

Escrito por

Javier Correa es periodista y co-escritor del libro Nunca Cumplimos 30. Una Historia Oral del Canal 2 Rock & Pop (2018). Actualmente escribe de cultura pop en Barroquita.com

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