Reinos es un cuento sobre dos adolescentes que tienen una relación tóxica y sadomasoquista. Entre emociones y fiestas, se emborrachan y muerden, mientras la madre de una de ellas agoniza.
El cuento tiene un epígrafe: “Amiga”, de Miguel Bosé, canción profundamente lésbica dedicada a una mujer. Reinos es también el nombre de mi ópera prima y de Reinos, la película. Perturbadora, inteligente, romántica, vanguardista y muy gay.
¿Qué me llevó a escribir de ese tema en particular? ¿Cuál era la tradición literaria que estaba siguiendo? Yo en ese momento era hetero (se suponía) y, como tal, amiga de los gays, sin poder ver lo gay en mí misma. Con el tiempo entendí que no es lo mismo tener amigos gays que ser tú la que vive la identidad discriminada. Por suerte, la literatura es un camino de descubrimiento cuando eres tú quien escribe.
Reinos significó mi salida del clóset. Significó también la conformación de una audiencia queer, de la tradición de Sutherland, Lemebel y Mistral.
No es obligación escribir de lesbianas solo porque lo seas. Es una elección estética y política. Estética, por un recorrido de escuchar mucha música, ver muchas series y películas. Y leer mucho y de todo. Política, porque siempre hablé de invisibilización de mujeres y disidencias en la literatura.
Recuerdo haber sido una joven lesbiana en el clóset, con cierto miedo, cierto odio, cierto gusto también de sentirme en permanente descubrimiento. Recuerdo haber leído sobre género en la universidad, escribiendo un ensayo de la película XXY, que me voló la cabeza en términos simbólicos. Mis películas favoritas eran Casablanca, Apocalipsis ahora y Mulholland Drive. Recuerdo haber leído a Paul Preciado, a Butler y algún ensayo de blog donde se explicaba el carácter gay de El Mago de Oz, toda una gran metáfora de la salida del clóset.
En esa época, leía a Rodrigo Fresán, la Biblia y Sor Juana Inés de la Cruz; Carmen Berenguer, Foster Wallace, Angela Davis, Rebeca Solnit, Alejandra Costamagna, Roberto Bolaño (un montón), Raúl Zurita, Juan Emar, Nicomedes Guzmán, Maria Carolina Geel, Carlos Droguet, César Vallejo, Alice Munro, y más. Escuchaba a Fiona Apple y Javiera Mena. Y estaba obsesionada con Frozen y Pocahontas.
Muy importante fue la lectura de Animalitos inexpresivos, de David Foster Wallace, la historia de amor de Julie, productora de Jeopardy!, y Faye, ganadora invicta del programa por tres años. Faye y Julie me parecían cool e increíblemente excitantes. Sus diálogos me inspiraron; breves, directos, sencillos, declarativos y profundos.
“Te amo, Julie.”
“Te amo también, Faye.”
“No creía que podría amar a una mujer de esta forma”
Julie agita su cabeza frente al Pacífico. “No me pongas triste.”
Mi imaginario era femenino y disidente, y eso fue lo que llevé a mis personajes: homoeróticos, bisexuales y lesbianas. Escribir sobre esto me parecía llamativo y excitante.
Escribir de lesbianas no es equivalente a ser lesbiana, ni siquiera a ser mujer. Pero algo poderoso sucede cuando una decide hablar desde aquella invisibilidad: se abre un imaginario que forma comunidad. Y la exploración no es menor en una tradición literaria donde nos presentaron a una Gabriela Mistral en el clóset. Yo lo siento como un llamado a ser explícita y a indagar en la emocionalidad de las relaciones entre mujeres, no solo las sexoafectivas, sino que también las familiares y amistosas. Y ahora, sí, a pararme desde esta vereda y con esta bandera.