En el imaginario colectivo, el reggaetón es un género eminentemente dominado por hombres, machista y colindante con la misoginia. En esta visión, la mujer-objeto está llamada a perrear al ritmo del beat y la hembra-como-presa es sometida a los colmillos de su depredador.
No existe la fragilidad emocional y se confunde deseo con impulso. No está permitida la pobreza económica, pues se estila hacer alarde de la abundancia. El éxito se mide en función de los kilates sobre el cuerpo y de los cc3 de silicona bajo el escote. Y si caen algunos premios Grammy, tanto mejor. Fantasía de supremacía del macho alfa al cubo.
Pero, ¿es tan así?
Sí. Y no. Dependerá del artista y de la obra. ¿Podemos decirle “obra” a un reggaetón simple, directo y pegajoso, o se le dice “canción” o “tema”? ¿Podemos decirle “artista” a quien compone y/o interpreta esa canción? Como dijo alguien por ahí: difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo. Dependerá también de la puesta en escena y de la relación entre los actores que la protagonizan, sea un video de alto voltaje que se cuelga en YouTube con la expectativa de ser el próximo jonrón, sea perreando sin misericordia sobre el escenario en un club a medio llenar, o soltando una diátriba despechada contra la ex novia en un live por redes sociales. Incluso si hay o no machismo puede depender del andamiaje institucional que hay tras bambalinas, del sello musical y sus criterios para definir quién sube y quién baja, del productor que cocinó los arreglos de ese último hit, o del manager que representa y está llamado a velar por los intereses de su representado a cualquier precio.
Siguiendo lo anterior, vamos a encontrar entonces una fauna muy variopinta en el mundo del reggeatón: sí, hay harto misógino irremediable, pero también hay seductores pasados-para-la-punta, hombres trizados que juegan a estar dolidos solo como herramienta de seducción y performers barriobajeros que se engrupen en la narrativa meritocrática del luchador que consiguió fama y dinero, solo para usar su posición de poder como anzuelo para extraer de ellas una adulación de cartón. Por eso, como en casi todo, sería injusto generalizar. Generalización que, disculpando la asociación libre, me evoca a El General, un verdadero dictador del ritmo, quizá el primer reggetonero de todos, antes de que siquiera existiera el género:
“muévelo, muévelo, muévelo mami y ahora tienes que parar”.
¿Y qué hay de las reggetoneras? ¿Existen? ¿Se les puede llamar así, como si las hubiera químicamente puras, o hay que recurrir a la muletilla vacía de “música urbana”? Como sea, es evidente que a punta de flow han ido ganando un merecido sitial, tal vez al ritmo de otras mujeres que se han abierto camino en distintos mundos supuestamente masculinos. Karol G, la Nathy Peluso, Paloma Mami o Rosalía son estrellas de clase mundial donde las haya. Se aprovechan un poco -y bien que lo hagan- de la aparente contradicción entre una voz dulce y una lengua afilada, entre la fría indiferencia y una convicción inquebrantable, entre el despecho a lo masculino y la apropiación de sus símbolos más preciados: del maquinón, la jeepeta, la Visa y las Jordan nuevas de caja.
“Bichota” sería el femenino de “bichote”, que a su vez es una castellanización de big shot, algo así como el más importante o influyente en su campo. En clave callejera sería el capo del narco, el jefe del barrio. La jefa, en este caso. Cuando su canción cobró notoriedad, no faltaron los bichotes puertorriqueños que, en un arranque de mansplainning, puntualizaron que Karol G estaba usando erróneamente el término. Pero precisamente de eso se trata: de desafiar las estructuras de poder, de cambiar el eje de gravitación, desestabilizando las certezas de los varones. Si hasta Gary Medel, el Pitbull, el más bravo entre los machos, perdió la estructura cuando por razones sanitarias no le fue permitido el ingreso al concierto de Karol G en Santiago. Quedó afuera de la jugada, cosa que rara vez le pasa.
Hace un tiempo ya que Bad Bunny -el artista más escuchado en 2021 por Spotify a nivel mundial- entendió que no se trata de la competencia sino de la colaboración. Tras una seguidilla de éxitos tempranos featuring artistas hombres, comenzó a invitar también a mujeres en sus canciones. Primero Rosalía, después Julieta Venegas y ahora, su último hit “Ojitos Lindos”, tiene la voz de la colombiana Li Saumet, frontwoman de Bomba Estéreo. Tanto rédito le trajo esta última colaboración, que el sitio especializado Pitchfork -autoproclamados como la voz más confiable en materia musical- candidatea al tema como hit del verano norteamericano 2022, lo que no es poco decir.
Y es que parece que cada tanto se nos pierde esa vía, sin barreras y cuya señalética (señal+ética) solo algunos leen, reinterpretando su propio tiempo. Es ahí donde los estereotipos van difuminando sus bordes y nuevos caminos se van abriendo. Cuando logramos sacudirnos de nuestra fijación por los géneros estáticos, sean musicales o identitarios, se dinamizan las posibilidades y se abre una rendija para que asome el arte.