En este mundo veloz y líquido, poner atención a la vida cotidiana se siente, y posiblemente sea, un valioso gesto de resistencia. Es por esto que me he interesado en ponerle particular atención a la corriente de fotógrafas, fotógrafos y teóricos que están confiados en el poder que tiene lo cotidiano para dar cuenta de procesos históricos y sociales.
La vida cotidiana puede servir como lente metodológico para comprender y analizar lo que nos rodea. Y verlo desde ese lugar nos hace valorar su existencia.
Esto queda claro cuando observamos el trabajo de Rinko Kawauchi y su mirada oriental sobre cómo abordar lo emocional desde el día a día. No se refiere a lo espectacular en tanto “parecer”, sino que a la vida simple que llevamos a diario. En su libro fotográfico, Iluminascence, ella reflexiona: “Necesito que muchos elementos se unan en una serie para crear un estado de ánimo, no sólo retratos, sino que sumar temas aparentemente no relacionados, como paisajes y pequeños detalles, así como diferentes estados de ánimo y atmósfera, expresando mis propios sentimientos sobre el paso del tiempo o la fragilidad de vida. Son imágenes metafóricas, realmente, sobre cuán frágil es nuestro mundo”.
Me hace sentido sobre todo el concepto de fragilidad que comparten muchos fotógrafos y fotógrafas que ponen en el centro la vida cotidiana. La recién mencionada Rinko Kawauchi, como también Laura Pannack, Olya Ivanova, Nadia Sablin y tantas otras.
El exponerse y exponer a otros de manera limpia, horizontal, sin capas ni máscaras nos permite comprender procesos internos, tanto del retratado como de su vida. Y obviamente también de quién ejecuta la imagen. Así entramos en el juego de la dialéctica de la apertura total. Si no es eso la fragilidad, ¿qué sería?
Así lo entiende la antropóloga estadounidense Katleen Stewart, quién en su libro Ordinary Affects despliega una interesante investigación desbordada de sensaciones.
En dicha publicación, Stewart parece haber asumido el giro afectivo al denotar el movimiento más reciente de la exploración discursiva de lo cotidiano a una representación de las intensidades afectivas que se acumulan en los momentos más simples. Nuestra vida, para ella, es un sedimento de afectos y experiencias simples. Es lindo verlo así.
Lo interesante es que lo afectivo puede pensarse como una textura que se expresa en un momento histórico, donde la sensación de estar aquí y ahora se manifiesta en las experiencias, en los hábitos, en las sensaciones y en las materialidades. Eso me suena a una membrana que es permeable, donde si bien existe una cierta solidez, se afecta y modifica constantemente.
Esto está en la línea de investigaciones del campo de las ciencias, como lo planteado por Humberto Maturana y Francisco Varela cuando describen el concepto de “sensibilidad” y señalan que es la condición de receptividad y porosidad. Es decir, de membrana de todo ser vivo.
Cuando abordamos lo afectivo, nos encontramos dentro de una sensación de estar en medio de algo, frente a una situación o un momento que apenas se está componiendo. Y vuelve a emerger un concepto que utilizamos constantemente quienes nos dedicamos a las artes: componer. Como fotógrafos, este gesto creativo y expresivo nos permite elegir, dentro de lo que ya existe, lo que tomamos como nuestro y deseamos devolverle a quienes observan nuestro trabajo.
Somos espejo y ventana de afectos.
Entremedio de nosotros, todo pasa.