En la vibrante industria creativa existen hitos culturales que marcan a generaciones. Para quienes crecimos en el Chile de los noventa, uno de estos emblemas es Tata Colores, un microespacio de televisión infantil que estuvo al aire entre 1990 y 1995 por Televisión Nacional de Chile (TVN) y fue dirigido por Vivienne Barry.
Este programa cautivó a los niños y niñas de la época, dejando en nuestra memoria la canción que daba inicio al show: “Tata Colores, píntanos ya, una linda historia para soñar”. El primer trabajo de Carolina Delpiano (56) fue, precisamente, crear las imágenes que hacían realidad esos sueños.
Tras graduarse en Diseño en el Instituto Profesional de Santiago -una suerte de heredera de la Escuela de Diseño de la Universidad de Chile, clausurada después del golpe de Estado de 1973-, Carolina se adentró en el mundo del Diseño Teatral y el Arte. “Me pasaba el día viajando en mi citroneta entre Morandé y Las Encinas”, recuerda.
Después de su primera experiencia laboral, Carolina se unió al equipo de otro proyecto innovador: Zona de Contacto. Creada por un grupo de jóvenes periodistas encabezados por Iván Valenzuela, Felipe Bianchi y Alberto Fuguet, lo que comenzó como una sección de la revista Wikén pronto adquirió un estatus emblemático en el panorama cultural chileno, evolucionando hasta convertirse en el suplemento juvenil de El Mercurio. Delpiano asumió el desafío de ser la Directora de Arte, diseñando una estética distintiva que consolidó a Zona de Contacto como un referente para la juventud de la época.
Sin embargo, su creatividad no se detuvo ahí. Luego de esa experiencia, fue parte del equipo fundador del Canal Rock & Pop como panelista de Gato x Liebre, programa que abordaba la contingencia, la política y la cultura con profundidad y humor. Junto a los panelistas Ángel Carcavilla y Rafael Gumucio, y con los periodistas Pedro Peirano y Álvaro Díaz investigando y proponiendo los temas, el programa se convirtió en un hito cultural. En las reuniones, recuerda, surgían muchas ideas absurdas que no se aprobaban por falta de relevancia, pero con el tiempo se desarrollaron y se convirtieron en la base para el icónico programa Plan Z, del cual también fue parte.
En los últimos años, ha liderado importantes proyectos de diseño de ambientes e interiores, como el Hotel Tierra de San Pedro en Atacama. Actualmente, se prepara para un nuevo desafío: abrir su propio estudio integral, donde espera combinar diseño, artesanía y arte. “Cuando era niña, soñaba con convertirme en una gran artista a los 60 años; ahora mi aspiración es ser una gran diseñadora”, dice.
¿Qué significa el diseño para ti?
Para mí, el diseño es un medio que sirve a la comunidad, mientras que el arte proviene de lo interno y personal.
En la industria creativa, la dimensión financiera es crucial; he aprendido a valorar mi trabajo y a abogar por la importancia de no recortar presupuestos en capital humano. Creo firmemente que invertir en las personas es esencial, incluso si eso implica reducir gastos en otras áreas.
En tu experiencia profesional, destacan los proyectos y los equipos en los que has trabajado. ¿Siempre has sido parte de espacios con libertad creativa?
Sí, he tenido la suerte de trabajar con buenos equipos y con jefaturas que creen en mí. Me valoran, me entienden y me conocen. Además, he tenido jefes exigentes, lo que ha sido beneficioso porque me han llevado más allá de lo que creía que podía hacer creativamente.
Te acomodan los ambientes exigentes.
Sí, y esa autoexigencia se basa en dos aspectos: primero, que el trabajo que realice tenga sentido tanto para mí como para los demás; y segundo, que me permita entretenerme. No busco que solo tenga un nivel de trascendencia y excelencia, sino que también deseo que provoque algo, que tenga un chispazo, que desafíe un límite. Incluso, que profundice en la tontera, que también es importante y es otro límite que hay que tensar. En el ámbito del diseño, he aprendido que los trabajos en los que solo he puesto un 30%, 40% o 50% de esfuerzo no me sirven para nada. Siento que pierdo el tiempo porque no me aportan al portafolio, no aprendo cosas nuevas y terminan siendo fuente de frustración. No hay exploración ni descubrimiento, y para mí, eso es fundamental.
¿Cuál es tu mayor referente?
Desde siempre, he sentido una profunda admiración por las revistas y el cine. Sin embargo, el cine se destaca como mi mayor referente. Lo considero un arte complejo y desafiante. Hay algo verdaderamente mágico en esa conexión entre el movimiento y la imagen que me asombra e inspira constantemente.
A lo largo de tu carrera has sido diseñadora, comunicadora y artista. ¿Cómo trabajas tus ideas?
Cuando tengo una idea, lo primero que hago es escribirla. Escribo mucho sobre ella, en papeles, en el computador… Simplemente escribo. Exploro todas las variables, lo que pienso sobre esa idea y hasta mis sueños relacionados con ella. Suelo comenzar a mano, no sé por qué, y luego lo paso al computador, donde lo condenso y organizo en un documento. Después, me dedico a buscar referentes: ¿quién más ha pensado en algo similar? ¿Qué otras personas han explorado esta idea de manera parecida en el mundo? Me interesa saber qué han hecho y cómo han abordado el tema. Finalmente, desarrollo un plan. Me pregunto: ¿cuál es mi meta con esta idea? ¿Cómo quiero que se materialice? Y desde ahí, comienzo a darle forma.
¿Cómo es tu proceso creativo?
Lo que me fascina del diseño y de cualquier proyecto creativo es que se asemeja a un viaje. Aunque conocemos claramente nuestro punto de partida y tenemos una idea general de la dirección a seguir, el camino es todo menos lineal. Esta naturaleza impredecible del proceso es lo que me mantiene entusiasmada. Además, considero que la relación con mi contraparte es extremadamente enriquecedora. Al transitar juntas por este proceso, se generan complicidades que hacen que el trabajo sea aún más significativo. A medida que avanzo en la búsqueda de soluciones, también planteo dudas, y cada propuesta se convierte en una oportunidad para la reflexión. Este intercambio es algo que valoro profundamente. Cuando la discusión sobre el trabajo es nutritiva entre ambas partes, el resultado tiende a ser más profundo y satisfactorio, lo que lo convierte en una experiencia más interesante y envolvente.
Le pones un norte a la idea.
Sí, le doy una dirección clara a la idea y luego me digo: “Ok, voy a diseñar una serie de pasos, tareas y movimientos para que esta idea se transforme”. Muchas veces, cuando no tengo del todo claro cómo esos pasos me llevarán al resultado final, recurro a conversar con otras personas. A veces han trabajado en algo similar o incluso en algo completamente diferente, pero su perspectiva me ayuda a entender mejor el proceso y a seguir avanzando. Siempre pido consejo.
¿Y qué consejo le darías tú a alguien para desarrollar una idea y llevarla adelante como un proyecto exitoso?
Para mí, lo más importante, y lo que mejor me ha funcionado, es formar buenos equipos. Disfruto mucho de la parte introspectiva del trabajo, ese momento en el que estoy sola en el computador, escribiendo o creando algo con las manos. Me encanta. Pero los proyectos que realmente destacan, los más profundos, los que tienen mayor alcance y explotan con todo su potencial, son aquellos donde hay trabajo en grupo. Y no cualquier grupo, sino uno bien conformado, con un enfoque interdisciplinario. Cuando sumas diferentes perspectivas, 1 + 1 no es solo 2.