¿Por qué nuestro cerebro ama las historias? 

11.01.2024
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Según una investigación de la Universidad de Stanford, las personas recordamos 22 veces más una buena historia que mensajes basados solo en cifras o hechos. ¿Pero qué hace que estos relatos sean tan memorables y poderosos? La respuesta está en la neurociencia. 

Por Trinidad Rojas para Ritmo Estudio

Imagina que estás en la casa de tu infancia. Son las 9 de la noche y el murmullo de las noticias se mezcla con el leve zumbido que hace la lámpara que está a tu lado, que destella una luz tenue. Aunque eres consciente de que es la hora de dormir, estás ansioso/a: sabes que éste es el momento en que tu mamá o papá te lee el cuento del día. Tu mente comienza a viajar, abriendo la puerta hacia mundos imaginarios. 

“Érase una vez una niñita que lucía una hermosa capa de color rojo. Como la niña la usaba muy a menudo, todos la llamaban Caperucita Roja”. 

Escuchas con atención, mientras los personajes cobran vida propia. La historia se completa y junto con ella se crea en tu memoria una imagen que recordarás con nostalgia para toda tu vida. Ese acto, el de sentarse a escuchar una historia, no sólo marca un momento de conexión con aquellas personas que han asumido la responsabilidad de cuidarnos, sino que es constitutivo de nuestra forma de aprender. Puede que sea, incluso, la primera aproximación a comprender el mundo que nos rodea. La primera vez que lo empezamos a poner en palabras. 

“Contar historias ha sido una de las principales formas de compartir información de la humanidad a lo largo de la historia. Ya sea alrededor de la hoguera, pintadas en las paredes de las cuevas o transmitidas de padres a hijos, las historias crean conexiones emocionales que realmente hacen que sea más fácil recordar información y almacenar recuerdos”, dice un artículo publicado en la Revista Forbes

Estas instancias nos van formando a tal punto que, cuando somos más grandes, buscamos historias de manera constante, aún cuando no seamos conscientes de ello. Lo que queremos es seguir codificando nuestro entorno, aunque esta vez con una vocación diferente. Nos queremos sentir conectados con los demás. Y lo hacemos todo el tiempo: conversando en la fila del supermercado, escuchando conversaciones en la micro, compartiendo anécdotas en fiestas y reuniones sociales. 

Según un estudio realizado en 1997 por el antropólogo y biólogo evolutivo Robin Dunbar en la Universidad de Liverpool en Inglaterra, las historias personales y los chismes ocupan alrededor del 65% de nuestras conversaciones en lugares públicos. 

Cuando vamos al doctor, le contamos una historia sobre cómo nos sentimos. En una entrevista de trabajo, narramos nuestra trayectoria profesional. Durante una cita amorosa, armamos un relato sobre nosotros mismos. Sin embargo, la manera de consumir historias ha evolucionado a lo largo de nuestra vida, con la aparición de las nuevas tecnologías. Actualmente, ya no hace falta la presencialidad para tener acceso a esas múltiples experiencias de vida que dan lugar a las buenas historias. Basta con maratonear series en Netflix, meternos a Instagram o escuchar las miles de horas de podcast que ofrece Spotify para poder ser parte de este gran relato universal que como Humanidad hemos construido a lo largo de los años. Y que, básicamente, lo que intenta es darle un sentido a la vida. 

Lo que sigue sin cambiar, eso sí, es el amor que los humanos sentimos hacia las narraciones. De hecho, se ha estimado que, en promedio, las personas en la actualidad pasan alrededor de 151 minutos diarios en redes sociales; probablemente en búsqueda de esos relatos que nos permiten ir más allá de nuestra experiencia personal que, siempre y por su falta de ubicuidad, es limitada. ¿Pero por qué se da este fenómeno?

La respuesta está en la neurociencia. Cuando escuchamos una presentación o leemos un artículo plagado de datos, nuestro cerebro activa áreas específicas del procesamiento del lenguaje, como la de Broca y la de Wernicke.

Es decir, su impacto es limitado. Sin embargo, al escuchar una historia, esa activación puede llegar a ser en múltiples zonas, incluyendo la corteza sensorial y motora. Es como si nosotros mismos estuviéramos viviendo eso que nos están contando, ofreciendo una experiencia multisensorial mucho más rica y que pone a trabajar a nuestro cerebro a toda máquina.  

“Esa participación de los sentidos es exactamente la razón por la que a los cerebros les gustan tanto las historias: provocan reacciones reales y mensurables en las conexiones y la química del cerebro”, dicen desde la Revista Forbes. Así, cuando nos exponemos a narraciones que involucran tantos sentidos que casi podemos oler, escuchar y sentir lo que nos dicen, nuestro cuerpo libera neurotransmisores asociados al placer y al amor, como la dopamina y oxitocina. Y nos sentimos mejor. 

En esa misma línea, en 2014 el neurocientífico americano Pablo J. Zak realizó un estudio para descubrir cómo podíamos aprovechar el sistema de liberación de oxitocina y fomentar con él comportamientos cooperativos. Zak comparó los niveles de oxitocina liberados en el cerebro al exponer a las personas a historias en formato de video, en lugar de interacciones cara a cara. Los resultados revelaron que las historias basadas en personajes consistentemente estimulaban la síntesis de este neurotransmisor, aumentando la disposición de las personas a ayudar a otros, mediante, por ejemplo, donaciones. 

“Los escáneres cerebrales han demostrado que leer o escuchar historias activa varias áreas de la corteza que se sabe que están involucradas en el procesamiento social y emocional, y cuanta más ficción leen las personas, más fácil les resulta empatizar con otras personas”, dice un artículo publicado por la BBC.

Como forma de juego cognitivo, dice el texto, los relatos nos permiten simular el mundo que nos rodea e imaginar diferentes estrategias, particularmente en situaciones sociales. 

Pero no solo eso, sino que también cuando tenemos acceso a escuchar diversas narraciones, sucede un fenómeno denominado acoplamiento neuronal hablante-oyente. Aunque suena a ciencia ficción, una investigación publicada por The Journal of Neuroscience abordó este fenómeno, explicando que, cuando dos personas comparten historias, se genera una sincronización cerebral por la cual es más fácil transmitir información. Esto quiere decir que los cerebros de las personas se acoplan y buscan un terreno común para entenderse mejor. 
Nuestro cerebro ya está moldeado. Y este efecto cognitivo es tan poderoso que según una investigación de la Universidad de Stanford, las personas recordamos 22 veces más una buena historia que mensajes basados solo en cifras o hechos. Ahora solo debemos aprovechar ese potencial, seleccionando y compartiendo todo aquello que merece la pena. Esas historias que emocionan y enriquecen nuestra comprensión de la experiencia humana.

Escrito por

Consultora estratégica de contenido enfocada en desarrollar identidades y relatos para organizaciones, instituciones y marcas. Es creadora de Ritmo Media.

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