Nadie quiere que su hijo haga o le hagan bullying.
Conversando hace un tiempo con algunas amigas sobre nuestros hijos y lo hirientes que pueden ser los niños en algunos casos, me di cuenta de que el deseo de cualquier papá o mamá es ese: asegurar su bienestar. Protegerlos. Que nadie los moleste.
Sin embargo, me quedé reflexionando sobre la importancia de tomar acción cuando vemos este tipo de situaciones en el entorno escolar. Para que exista bullying, debe haber un agresor y una víctima, pero muchas veces pasamos por alto a un tercer participante: el testigo.
En mi libro “Alex, una valiente abejita”, abordo la importancia del testigo con la historia de un ciempiés que molesta a una chinita. Las razones de su burla hacia ella es por no tener los típicos puntitos negros que tienen estos insectos, lo que la hace sufrir a raíz de su apariencia. Ahí hay un testigo: la abejita, quien habla sobre esta situación con su papá, que la empodera a poner freno a esta situación, empatiza y conecta emocionalmente con la chinita y siente que tiene que cambiar esta realidad. Finalmente, ella la defiende y le dice al ciempiés que la deje de molestar. La profesora habla sobre este conflicto con todo el curso, el ciempiés le pide perdón a chinita y los tres terminan como grandes amigos.
Si extrapolamos esta situación y la situamos en la realidad, podemos pensar en la chinita como una niña o niño, tal vez, vulnerable, débil, a quien le resulta difícil defenderse. Y al ciempiés como un niño o niña que puede estar pasando por alguna situación estresante en su casa, que tiene alguna carencia afectiva o que no ha desarrollado alguna habilidad importante para relacionarse con los demás. Alguien que, quizás, ni siquiera se da cuenta del daño que le está haciendo a la víctima. Y por último la abeja, el niño o niña testigo, quien ve esta situación y decide hacer algo para cambiar el curso de lo que está pasando.
Sin embargo, tomar acción es una tarea compleja.
Si como papás nos percatamos de una realidad así, debemos siempre entender y validar las emociones de los niños y niñas, sin juzgar ni castigar. Hacerles entender a nuestros hijos que cuentan con todo nuestro apoyo para resolver esta situación y ver en concreto cómo podemos ayudar (ejemplo: le digo qué le puede decir al agresor o hablo yo con algún profesor).
Eso es problema de todos y todas y, por tanto, no debemos hacer caso omiso si recibimos información sobre actos de esta naturaleza. Además, es justamente en los conflictos o situaciones de bullying donde se da una posibilidad única de aprendizaje significativo. Al conectar con los problemas y buscar soluciones en conjunto, se puede salir fortalecido y tener una nueva perspectiva de reparación que pone al centro el bienestar.
Como padres y madres no debemos conformarnos con que nuestro hijo no sea bully, sino que debemos ser conscientes de lo extremadamente relevante e importante que es tomar acción para frenar estas situaciones. Es nuestro rol empoderarlos para que se atrevan a ser valientes, alzar su voz y que no tengan miedo de defender a sus amigos o algún compañero que vean sufriendo.