Como terapeuta de parejas, me he dado cuenta de un malestar, frecuentemente femenino, con el que me topo muy usualmente. Se trata de un sentimiento de soledad, vivenciado por muchas mujeres y que se relaciona con lo que ellas denominan “desconexión emocional de sus parejas”, todos hombres en este caso. Si bien aquí me referiré exclusivamente a parejas heterosexuales -al ser la población con la que mayormente trabajo-, esto no significa que este fenómeno también aparecer en parejas del mismo sexo.
¿A qué se refieren exactamente las mujeres cuando afirman que sus parejas están o son desconectadas emocionalmente? Considerando que este reclamo puede ser confuso, esta es una pregunta relevante. Y es que a los hombres les ha costado comprender qué es lo que se les está pidiendo, mientras que a las mujeres se les ha hecho un desafío ser más claras con lo que necesitan. Sin embargo, cuando ya hay una definición sobre el tema y existe una distinción respecto a la desconexión emocional, esto puede llegar a ser motivo de consulta. Se problematiza la relación, en el buen sentido de la palabra, claro.
Al poner en orden las múltiples demandas femeninas y las emociones que éstas gatillan, aparece la frustración expresada en sentimientos de rabia, tristeza y distancia hacia el otro. Eso pues no encuentran en ellos la atención a los procesos emocionales a los que se encuentran sujetas. Se sienten solas, sin apoyo. A su vez, la rabia proviene de un sentimiento de injusticia, en tanto existe una brecha de atención entre ambos miembros de la pareja. Muchas veces, las mujeres sienten que los hombres solo se atienden a sí mismos, mientras ellas atienden múltiples procesos de manera simultánea. Eso incluye el trabajo -invisibilizado- que supone la crianza y la atención a los procesos de hijos e hijas.
Así, sus demandas giran entorno a entender el desgaste y consumo de energía que supone encontrarse conectada de manera continua a niños y niñas. Lo que se busca es conectar. Posibilitar conversaciones y puentes emocionales para sentir y pensar juntos, estando en la misma página. Y no solo eso, sino también comprometerse con un rol y una función más activa en el cuidado y responsabilidad con los hijos. Es decir, que el padre y pareja logre conectar con la experiencia del hijo/a, los atienda en sus procesos de vida y empatice con ellos. Que les ofrezca una aproximación asertiva y amorosa.
En el caso de las parejas sin hijos, las mujeres reclaman mayor atención a los procesos que atraviesan en sus trabajos, con sus familias de origen o con sus amigas. Procesos sobre los cuales las parejas, en muy contadas ocasiones, se paran a preguntar cómo se sienten. Es más, algunos ni si quiera se detienen para acompañar emocionalmente cuando ellas tienen algún problema o momento complejo en estos aspectos de sus vidas.
Preguntarse en qué está el otro ayuda a responder y entender los procesos por los que está pasando que, en muchas ocasiones, son el tema que ocupa su mente y corazón, y que les preocupa, inquieta o interesa.
Si como pareja pudiésemos funcionar con esta pregunta de manera frecuente en nuestro estar con el otro, seguramente eso nos conduciría a una mayor conexión emocional. Sabríamos mejor sobre qué preguntarle y cuánto profundizar en cada una de esas conversaciones, y también entenderíamos de mejor manera cómo cuidar nuestra relación, en tanto reconocemos lo que para el otro es importante y necesario afectivamente. Así, se atiende esa necesidad desde el cariño y el amor que siento, evitando el lugar de la soledad en la que tantas mujeres caemos, a pesar de declararnos en pareja.