Habitualmente, las personas quieren que sus mascotas encajen con la idea del “perro perfecto”. Un patrón que se transmite de manera social, que nos hace trabajar en pos de un “canal de la tranquilidad” y enseñarles conductas como “sentarse” o estar “quietos”, anulando otras tan naturales como oler, roer, destripar, correr. Es como si se tratara de apretar un botón de encendido para activarlos solo en ocasiones permitidas, con el objetivo de no molestar al resto.
Pero hacerlo con algunas razas, como Border Collie, Pastor Alemán, o la mezclas de estos; a veces puede ser una tarea titánica. Estos animales tienen un alto grado de arousal, lo que quiere decir que alcanzan un alto nivel de activación cerebral frente a ciertos estímulos. El tratar de contener sus impulsos los ha enfermado conductualmente. Y es que si tratamos de inhibir conductas, y bloquear el acceso a ciertos estímulos y recursos, estamos yendo contra su naturaleza y bienestar animal.
Al no dejarlos, los perros se llenan de frustración. Los caprichos humanos los hacen estar callados, sin tirar de la correa, yendo a hacer trámites o a tomar un café. ¿Pero qué hay de lo que de verdad quiere ese perro? En algún minuto, ese animal -que no sigue su naturaleza y suple sus necesidades- explotará. Y es que, detrás de esa vida aparentemente tranquila, se acumulan problemas en el ámbito emocional. Cuando esa frustración se detona, el perro ya no podrá ejecutar ninguna acción, ni comando y menos rutinas. Es un momento donde no hay vuelta atrás.
El perro que se muestra así no está enfermo, ni tampoco es agresivo. Solo se trata de un síntoma, como quien tiene vómitos o dolor de estómago producto del estrés. A ojos de los demás se transforma en un perro “tarzán”, que no sabe jugar con otros o interactuar con personas.
En tiempos de pandemia, el tema de la reactividad ha sido un gran problema para tutores y tutoras, sobre todo cuando las medidas de confinamiento se relajaron y los perros se empezaron a encontrar con sus pares. Y es que muchos cachorros crecieron sin tener a otros a su lado para jugar, y no aprendieron a socializar de manera temprana en los paseos por el barrio. Hoy la realidad es distinta: hay autos por la calle, gente caminando rápido y niños gritando. En ese contexto, los perros se expresan. Están frente a nuevos estímulos, desconocidos para ellos. Así, es común que se muestren ciertas conductas más reactivas, como el tirar de la correa o estar temerosos frente a los demás. ¿Mi perro es tarzán o la ciudad se convirtió en una selva imposible de vivir?
Es clave preguntarse qué queremos lograr con nuestros perros. Qué queremos de ellos y qué necesitan de nosotros, dejando de lado lo que pide la sociedad para que sean “buenos perros”. Suplamos sus necesidades en casa con, por ejemplo, un hueso para roer, cartón para destripar y romper, o hielos con su pasta favorita para lamer. Tenemos que dejarlos ser un tarzán en la ciudad, porque no está mal.