—Hola, ¿cómo estás?
—¿Bien y tú?
Respondemos a esta pregunta de manera casi automática. Aunque podemos no estarlo en absoluto, tratamos de mostrarle al mundo que todo está bien: en nuestras casas, con nuestros hijos, con nuestras parejas, en nuestros trabajos. La sociedad a menudo valora el éxito y la positividad, y eso puede llevar a las personas a querer proyectar una imagen que no siempre refleja la realidad.
Hoy, hay emociones mejor vistas que otras; incentivamos la alegría, y minimizamos o ignoramos la tristeza, la rabia o el miedo. Sin embargo, todas ellas son necesarias y nos entregan información valiosa que debemos escuchar. Si las acogemos, podemos ver su enseñanza, y cómo nos ayudan a crecer.
Esa lección también debemos traspasarla a la crianza. Cuando nuestros hijos están tristes, ya sea porque tuvieron alguna pelea con un amigo, porque les quitaron un juguete, o porque se cayeron y se hicieron una herida; necesitamos que vivan esa pena. Sin embargo, como adultos, hacemos de todo para distraerlos. Les ofrecemos dulces y juegos, tratando de hacerlos reír para que esa emoción pase lo más pronto posible.
Necesitamos que se diluya rápido porque muchas veces el desborde emocional que ellos y ellas están teniendo, dice mucho de nuestra propia regulación emocional y conexión con heridas del pasado. Las emociones intensas en nuestros hijos despiertan emociones intensas en nosotros como figuras de apego.
Lo primero para que un niño se calme es que uno lo haga primero. Y claro que esto suena mucho más fácil en la teoría que en la práctica. Pero somos nosotros los que debemos tranquilizarnos para acompañarlos. Los niños y niñas no logran expresar su malestar, rabia, frustración y pena, en palabras. Por eso, cuando están superados emocionalmente, se puede terminar en una pataleta. El cómo reacciona uno como adulto finalmente influye en gran parte en el desenlace que tendrá esta situación.
A veces, sólo tener la oportunidad de hablar sobre lo que les preocupa puede ser reconfortante, ya que así se sienten comprendidos y aceptados, y eso les puede ayudar a sanar. El consuelo físico, como un abrazo, puede ser de gran utilidad para transmitir seguridad y afecto.
Más que pedirles que se calmen, ayudémosles a identificar y etiquetar sus emociones: poner palabras a lo que sienten puede ser un primer paso. Algunos niños encuentran útil expresar sus emociones a través de actividades creativas, como dibujar, pintar o escribir. El compartir nuestras propias experiencias de manejar la tristeza, puede ayudarles a comprender que es normal sentirse triste y que está bien buscar apoyo.
Demos a nuestros hijos el espacio de pasar por todas las emociones, sin bloquearlas, ni dejarlas a un lado. Acompañemoslos en este proceso, que, aunque a veces puede ser difícil, es muy necesario para su bienestar integral y el desarrollo de su inteligencia emocional.