Le debemos tanto a nuestros huesos

20.03.2025
compartir
Fb
Tw
In
Wa

El consumo de calcio puede marcar la diferencia y los huesos sabrán responder con gratitud.

Su desarrollo óptimo asegurará la fortaleza necesaria para desplazarse erguidos por el mundo. La medicina recomienda, de hecho, la ingesta de entre 1.000 y 1.200 miligramos, cantidad que puede variar según el rango etario. Es que le debemos tanto a la dureza de la arquitectura que nos sostiene. Muy a nuestro pesar, es una de las primeras en sucumbir, así lo delatan los dolores lumbares, la artrosis de rodilla o de cadera. De modo gradual, comienzan a ceder frente a las largas jornadas de trabajo, tal como le sucede a Ella —así se le llama a lo largo del relato—, quien luego de horas y horas improductivas frente a la pantalla, somatiza la imposibilidad de finalizar sus tesis doctoral: “Rubor. Tumor. Calor. Dolor. Esas eran las señas que Ella había rastreado en su propia espalda, equilibrando un espejo entre su omóplato y la clavícula. No estaba colorada. Ni hinchada ni caliente al tacto. No había rastro del daño pero ahí estaba el dolor como otra piel”, Sistema Nervioso de Lina Meruane (Random House, 2018). Esta no es solo una novela sobre las enfermedades y sus síntomas, sino sobre la precariedad del cuerpo que sitúa la lucha contra la genética y los años como otra trinchera en la que posicionarse. 

Primero, el adormecimiento de los hombros, el brazo y el túnel carpiano; luego, el cráneo, el borde de la cara, la lengua. A continuación, el peregrinar entre especialistas y resonancias para obtener un diagnóstico. La protagonista cruza los dedos para que “eso” no sea lo mismo que un día se llevó a su progenitora —¿cómo saberlo, si murió tan joven?—, pero a su vez anhela que sea tan grave como para tomar distancia de esa tesis de astrofísica que parece consumirle la existencia: “Ese médico decretará cervicales castigadas y un nervio aplastado por el exceso de trabajo o de papeles que Ella acarrea por rampas puentes trenes esqueletos de la ciudad”. Porque enfermarse también es una forma de pelear contra el tiempo. Al fin y al cabo, quién no necesita un argumento consistente para pasar más horas tendida sobre la cama para quedarse pensando en las estrellas.

Los huesos operan como sostén del cuerpo y, a la vez, como soporte de este relato.

Ella vive junto a Él —un forense encargado de estudiar restos óseos, que también carece de nombre— y se conocieron mientras fue invitado a dar una charla magistral sobre la identificación de osamentas: “…que abundaban en el subsuelo de países cómo el suyo, trastornado por los años de dictadura”. La escritura de Lina Meruane nos recuerda que lo primero en deteriorarse no es lo primero en extinguirse, ya que los personajes nos conectan con esa parte mineral desconocida: el fosfato de calcio, carbonato de calcio, fluoruro de calcio, hidróxido de calcio. Calcio, en la medida más fundamental. Eso que queda justo antes de mezclarnos con la tierra, pues, tal como los anillos de un tronco abandonado revelan cuántas estaciones logró sobrevivir el árbol, estos restos serán los remanentes que un día develarán sexo biológico, edad, complexión física y nuestras formas de vida.

La literatura no solo se lee, también se padece. Y no es porque encorvemos el cuerpo o se nos acalambren los dedos, sino porque nos ayuda a retomar la conciencia acerca de las propias estructuras: tan vulnerables, pero lo suficientemente robustas como para resistir incluso cuando la carne se ha ido.

Así lo dice también nuestra historia. La profundidad de los Hornos de Lonquén, por ejemplo —hoy, Lugar de Memoria— no bastaron para callar los huesos torturados: 1 tibia de 38 centímetros, 1 peroné izquierdo, 1 pelvis completa, 5 vértebras lumbares, 1 parrilla costal, fueron parte de las piezas íntegras que hablaron por quienes trataron de ser silenciados. No bastaron ni los 50 kilos de piedra y tierra, mucho menos la losa de cemento con que trataron de tapiar los restos que constituyeron los primeros hallazgos de los detenidos desaparecidos por la Dictadura cívico militar en Chile. Le debemos tanto a los huesos como sostén del cuerpo, del relato y, sobre todo de nuestra historia, que todavía carece de fragmentos importantes. Meruane también lo sugiere y extiende esta idea a esos cuerpos que nadie reclama, y a esos que se tratan de esconder desperdigando sus miembros en distintos territorios.

Tan consciente de la fragilidad y a la vez de su trascendencia: “Tejido vivo compuesto de calcio tiza fosfato polvo de estrellas materializados en las placas de rayos equis”, reflexiona alguna vez Ella. Coincide con ese cliché tan difundido por Carl Sagan: “Somos polvo de estrellas reflexionando sobre estrellas”, ambos aluden al ciclo cósmico de la materia: gran parte de los elementos que componen el cuerpo humano se han originado en procesos estelares, incluído el calcio: eso que da firmeza y rigidez, eso que nos hace imposibles de desaparecer. 

Escrito por

Jocelyn es académica y autora del libro “Margen de Error”, publicado junto a Editorial La Secta. Su escritura reflexiona sobre los cruces entre la literatura, la vida cotidiana y la educación.

Relacionados

compartir
Fb
Tw
In
Wa