Durante las décadas recientes, las dictaduras personalistas han tenido un fuerte resurgimiento a nivel global. Una de las más icónicas la representa el régimen de Vladimir Putin. Llegando al poder en 1999, ha logrado vaciar a las instituciones de poder, exiliando, envenenado y asesinando a todos sus opositores.
Y es que en el último siglo, la gran mayoría de los países han sido gobernados por dictaduras, y este modelo político se ha expresado de tres maneras. La primera, a través de la creación de un partido único, donde el líder nacional suele compartir su poder con otras autoridades relevantes de la institución. Lo anterior, suele ser la norma de los regímenes comunistas, que con tanta fuerza surgieron en el mundo durante la Guerra Fría. Para 1980, más de 20 países en cuatro continentes contaban con este sistema. Otra forma son los regímenes dominados por el ejército, caracterizados por el control que uno o varios militares ejercen sobre el gobierno. Durante la década de los 60 y 70, más de una decena de países de América Latina experimentaron golpes de estado liderados por las Fuerzas Armadas, asociando mundialmente a la región con este sistema.
La última categoría la componen los regímenes personalistas, cuyo principal distintivo es el excesivo poder que concentra una persona sobre las otras instituciones. Su forma más extrema la representa la familia Kim en Corea del Norte, Saddam Hussein en Irak y Putin en Rusia.
Luego del anuncio hecho por Ucrania a mediados del año pasado que daba cuenta del interés de ingresar a la OTAN, el presidente ruso ordenó una invasión al país. Sus aduladores le aseguraron una guerra corta que le permitiría obtener sus objetivos de manera “rápida”.
Al observar más de cerca el comportamiento de los dictadores de los regímenes personalistas, hay ciertos patrones que se repiten a lo largo del tiempo y que es relevante observar.
Una vez que alcanzan el poder suelen, gradualmente, ir llenando las instituciones de personas leales a su figura, independiente de su nivel de competencia. Aquí lo importante es nunca llevarle la contra al líder. Al rodearse de personas cuyo poder exclusivamente depende de no confrontarlo -arriesgando perder su trabajo e incluso su vida en caso de hacerlo- se fomenta al dictador a tomar decisiones cada vez más arriesgadas en ámbitos tanto internos como externos. Con el paso del tiempo, esta pérdida de autonomía de las instituciones dificulta la existencia de mecanismos que hagan contrapeso a decisiones que pueden parecer nocivas para el sentido común.
Ucrania ha sido un ejemplo que nos deja la Historia de los terribles efectos que este modelo de ilimitado poder dictatorial puede tener en millones de personas inocentes. Dos de los máximos exponentes de liderazgos personalistas en la época moderna, Iosif Stalin y Adolf Hitler, han traumado a varias generaciones. Los estudios más recientes arrojan que, entre 1932 y 1933, al menos 4 millones de ucranianos murieron de hambre por los efectos de la colectivización de la agricultura diseñada desde Moscú. Unos años más tarde, el inicio de la Segunda Guerra Mundial llevó que millones de tropas alemanas invadieran Ucrania. Bajo las órdenes de un líder personalista envuelto en un gigantesco ego, el conflicto costó la vida de unos cuatro millones de civiles ucranianos.
Tras 3 meses de conflicto, con múltiples ciudades asediadas, miles de muertos y millones de personas que han debido dejar sus hogares, el horrible pasado experimentado por los ucranianos bajo personalidades narcisistas, se convierte en algo cotidiano en el presente. Por otra parte, la creciente toma de riesgos que Putin ha demostrado a lo largo de su mandato, intensificada por su corte de aduladores, demuestra que nada le impide mantener la guerra, dificultando una pronta solución.
