Xinjang es la provincia más grande de China. Ubicada al este del país, con una superficie casi dos veces mayor que Chile continental, la mayoría de su población está compuesta por diversas etnias turcas caracterizadas por profesar el Islam y hablar un idioma distinto al chino mandarín.
Esta sólida y distintiva identidad cultural ha generado una casi permanente desconfianza del estado chino hacia la zona, temiendo la formación de un sentimiento separatista que podría afectar el control de Beijing sobre una región clave para la proyección de su poder internacional.
En años recientes, esta desconfianza se ha convertido en una coordinada campaña de terror estatal en contra de una de las etnias más numerosas de toda de Xinjiang: los uigures. Resultando casi la mitad de sus habitantes, el estado chino ha implementado brutales estrategias dirigidas a hacerlos olvidar su distintiva identidad. Uno de los símbolos que mejor refleja esta estrategia son los centros de detención instalados a lo largo de la provincia. Existiendo al menos un millón de personas tras las rejas (casi un 10% de la población uigur), los prisioneros son constantemente adoctrinados para provocar un proceso de reeducación que los haga olvidar su identidad y su cultura. Dentro de estos recintos, también se han documentado violaciones, torturas y asesinatos. Por otra parte, miles de mujeres uigures han sido sometidas a esterilizaciones y abortos forzados para bajar la tasa de natalidad. Además, un sistema de vigilancia digital implementado en los celulares de las personas, junto con la utilización de tecnologías de reconocimiento facial, facilitan que Beijing monitoree permanentemente la vida de millones de personas.
Cerca de un siglo más tarde, un jefe local emprendió una dura rebelión contra Beijing en búsqueda de autonomía territorial, logrando finalmente ser aplacada por las armas. Con el fin del sistema monárquico en 1911, se formaron dos estados autónomos de diversas etnias islámicas, creando la ilusión de una posible independencia. Pero, la declaración de la China comunista en 1949, se tradujo en una política de mano dura en contra de cualquier pretensión autonómica. Además, se fomentó una sostenida migración de la etnia Han, la más grande del país, con el fin de alterar el balance demográfico.
Durante la década de los 80, el estado chino se mostró proclive a proponer una mayor autonomía a la región, buscando reconocer las diferencias culturales existentes. La caída de la URSS frenó de golpe esta tendencia, aterrando a Beijing de un posible surgimiento de nacionalismos que podría debilitar el control del estado central sobre las regiones periféricas. En tiempos más recientes, las migraciones han generado tensiones sociales entre los Han y los Uigures, generando estallidos de violencia. Mientras en 1949, un 4% de la población de Xinjiang pertenecía a la etnia Han, entrado al siglo XX, este número rozaba la mitad, siendo además favorecida con mejores trabajos y beneficios sociales.
Con la llegada al poder de Xi Jinping en 2012, las políticas represivas han llegado a niveles jamás antes presenciados. La extrema relevancia económica y estratégica que tiene Xinjiang ha dado mayores incentivos para justificar un férreo control. Aparte de ser rica en recursos naturales, la región es un punto clave de la llamada iniciativa de la franja y la ruta, un masivo programa de inversión que propone la construcción de rutas de comercio paralelas a las utilizadas por occidente.
Año tras año, investigaciones periodísticas revelan la existencia de tales abusos, generando una constante presión de la comunidad internacional para detener la situación. Una reciente visita a la zona de la Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, retomó la atención al lugar. Después de arduas negociaciones, la visita generó críticas de organizaciones de Derechos Humanos, sosteniendo que no existió una condena firme y explícita. Con una China cada vez más ambiciosa y desafiante frente al juicio de potencias occidentales, las duras medidas en contra de la población solo profundizarán un quiebre entre las distintas culturas, fomentando una futura inestabilidad.